jueves, 8 de abril de 2010

LOS NIÑOS DE KERRGALLO (LIII). El Factor Humano


Esa misma mañana se habían marchado.

Habían sido varios email los que se habían cruzado antes de su llegada a este país y a esa granja. Asuntos relacionados con las fechas , la estancia y algunos otros pormenores que hicieran fácil la misión que les traía por aquí. Aquellos cuatro jóvenes catalanes no estaban de ninguna manera interesados en hacer turismo convencional, y sí en contactar con la realidad, que era lo mismo que decir, con las carencias y las penalidades de las gentes. Esos cuatro hombres andaban dándole vueltas a constituir una ONG y querían estudiar, entre otras cosas, diferentes proyectos solidarios, las cosas que hacían otros sobre el terreno.

“Bueno , pues ya veremos”, pensó el hombre antes de la llegada de los que serían sus huéspedes , en principio, por cuatro días.

Y ahora que se habían marchado ya estaba visto.

Habían dejado tras de sí y camuflado bajo un montón de ropa, la suya personal, a excepción de la que se llevarían puesta, un par de tabletas de chocolate

Después de un par de semanas de relax absoluto, las fechas de su estancia habían coincidido  con la de otro grupo de personas, esta vez venidas de San Sebastián,  que habrían de pasar dos semanas ocupados en la realización de un corto cinematográfico relacionado con la infancia.



La  ubicación de aquella granja en la otra parte del río,  aún siendo tan cercana al bullicio del área desarrollada de aquel país africano , hacía  que aquello pareciera otro país diferente, más pobre aún,  menos contaminado también por la presencia de los blancos, y ofrecía a las pocas ONGs que traspasaban el río para incursionar de tanto en tanto en sus proyectos, una plataforma en donde descansar con cierta comodidad.




No era normal que en aquella hora tan cercana al ocaso los monos se acercaran por la finca. Pensó que la causa debía ser el calor sofocante que desde fechas atrás nos traía , a todos, esos vientos del desierto, y el agua bebida por aquella manada, en las horas del medio día, no debía de haber sido suficiente para retirarse a las ramas de los árboles a descansar. Era realmente extraño que aquel grupo  de monos “patas”,  tan tímidos y
 huidizos de  los seres humanos, anduviera ese atardecer arriba y abajo por el muro de la inacabada piscina, mientras un grupo de “adolescentes” se atrevían a bajar para beber del agua estancada desde las lluvias en el fondo de la misma. Sobre todo teniendo tan solo a treinta metros de distancia a aquel hombre que a la sombra de una gran caoba pensaba en aquellos viajeros catalanes que acababan de marchar y cuyo paso por ese lugar había dejado en él una profunda impresión por sus personas y por su manera de hacer las cosas. Las cosas que ellos habían venido a hacer.

Pensó en el contraste entre los pulidos mármoles, las grandes cristaleras abocadas a las pistas, los lustrados aceros inoxidables del aeropuerto de Barcelona  que compondrían la primera  visión del mundo que les recibiría tras cuatro horas de vuelo, y aquel otro que estaban a punto de abandonar en el vuelo nocturno de aquella noche , un mundo   hecho de  interés compuesto también inoxidable a pesar del tiempo, pulido con recortes de gastos sociales, y los grandes  ventanales a una tierra yerma  para contemplar un futuro inexistente.

En la simbología zodiacal el signo de Virgo se asimilaba, entre otras cosas, a las funciones depurativas del intestino. La discriminación en el bolo alimenticio de lo aprovechable y lo desechable. Análisis y discriminación.

El hombre no lograba sustraerse a esa tendencia innata que , desde luego, no era la mejor manera de ir haciendo amigos por la vida. En todo caso comprendía la función instrumental que ello suponía.

La superación de la discriminación analítica se encontraba exactamente en el signo  opuesto, tras recorrer diferentes estadios, de los Peces, culminación del mandala que nos llevaba desde la afirmación inicial del Yo ariano hasta la disolución final que suponía el simbolismo de Piscis, tan capacitado para comprender sin dualidad las contradictorias facetas de la realidad, a través de la empatía y el amor. Final del trayecto y estación término.

Al fin y al cabo la existencia de la imperfección, del error o del mal, era una necesidad ontológica, para por contraste percibir la belleza, la verdad y el bien absolutos, y por tanto vislumbrar  la trayectoria ascendente, o su necesidad, en tanto que sentido de la existencia, en el ejercicio de la libertad en la elección moral. El análisis y la discriminación no tenían otra noble razón de ser que ello.

El hombre observaba los correteos de los monos  más pequeños en torno a la piscina, mientras en lo alto de un falso mango una hembra adulta con su bebé , aún de pelaje pardo, agarrado a su vientre, vigilaba  tanto al hombre como a los pequeños.


Habían pasado los meses y ese trajín de viajeros, turistas y  gente solidaria constituía ya un amplio muestrario difícil de analizar de manera exhaustiva, que en principio tenía en común el deseo de “hacer algo”, un gesto solidario. Pero ciertamente era posible acercarse a comprender esas formas diferentes de aproximarse a la realidad, grosso modo,  y ello tal vez no tuviera otro interés – pensaba él - que el que pudiera tener para los protagonistas de participar de una perspectiva más amplia que la que le podía ofrecer su propia actuación, pues lo cierto es que los diferentes niveles o diferentes formas de aproximarse a la realidad que  se adoptaban estaban condicionadas por las circunstancias personales del actor en ese momento, y ya que en principio esa acción surgía de un interés genuino bienintencionado, era susceptible con la experiencia y la reflexión reconducirla quizá en el futuro hacia niveles superiores y con más acierto, tal vez.

Aquella terraza se había convertido, por casualidad, en un observatorio de la realidad.

Es difícil hacer algo por alguien si no entras en contacto con él.

Y es difícil hacerlo si no empleas algo de tu tiempo.

Contacto con la realidad. Ese era, en principio el interés común. Habrían de ser la posibilidades reales, cifradas no tan solo en las circunstancias de tiempo y oportunidad , sino también en la disposición del corazón, su capacidad de recepción y de entrega,  lo que determinase los parámetros y efectividad de ese contacto con la realidad y su modalidad. Y el tiempo con se que se contara, el tiempo decidido a dedicarlo a los demás.


                       
El grupo mayoritario lo constituían los turistas interesados en un tipo de vacaciones en donde más allá, pero no mucho más, de hacer la “turistada” en estado puro, estaban impulsados por el deseo, bastante quimérico por otra parte,  de conectar con las gentes locales en esos pocos días de estancia en el país. Contacto que no tenía otra posibilidad que no fuera  a través del filtro del guía local que les conducía a una u otra excursión de interés turístico, aditamentada con alguna que otra parada en el trayecto que  les colocara en una aldea en donde se repartiera un saco de arroz al Alcalo (alcalde) destinado, en principio,  a los pobladores, o bien las obligadas visitas a algún colegio, concertado para la ocasión, en donde tras irrumpir en cada una de las clases, los chicos se levantaban a cantar a los turistas el “Wellcome to The Gambia”, encantados de saber que tras la marcha de los visitantes , se habría depositado en manos del director un cargamento de bolis, cuadernos y tal vez piruletas.

Ciertamente que las circunstancias no ofrecían muchas más posibilidades, a este tipo de visitante que constituía la inmensa mayoría, de conectar con la población y sus realidades , más allá de aquellos que cifraban sus vacaciones en el circuito de piscina y playa, Bar y discoteca.

El contacto con la realidad, en esencia y en este caso, se reducía al contacto con el filtro, con el guía, que servía de atalaya y barrera protectora para la mayoría de unas personas que no habían pisado nunca el África negra, y para los cuales sus mitificaciones sobre la misma se mezclaban con el miedo a lo desconocido, sobre todo cuando ello se reviste del color y el olor de la miseria.

No podía ser de otra manera, y estaba bien que fuera así. Un primer contacto, que en algunas ocasiones habría de germinar en un despertar de la conciencia o más a menudo
en un encauzamiento serenante de las tensiones que producía el sistema de vida occidental en contraste con la realidad del tercer mundo, dejando a su paso algunas bolsas repletas de medicinas o material escolar, cuyos beneficiarios tenían mucho que ver con las relaciones e intereses personales de aquellos que servían de introductores a la realidad, sin entrar muy a fondo a cuestionar el destino final de tales buenas voluntades y donaciones. No fuera a ser que el entramado sórdido de corrupción empañara la foto maravillosa, idílica y emocionante, que en último caso debía ser lo que el turista se llevase consigo de vuelta a ese primer mundo y a su forma de vida, que como muy bien habían teorizado los próceres de la Teología de la Liberación, constituía el “pecado estructural” de nuestro sistema, y  modo de vida, causante en gran medida de la miseria y marginación del tercer mundo.

Tampoco tenían la posibilidad de enterarse medianamente a fondo.

Aún dentro de ese grupo de aproximación periférica estaban los que , conocedores, de algún proyecto solidario, desarrollado por alguna persona instalada en el país, deseaban conocerlo, y con ello se producía un contacto algo menos superficial.

Este último  tipo de experiencia y de visitante se asemejaba más a ese otro grupo de turistas de corte similar pero que en vez de venir de vacaciones y aterrizar en los brazos de un guía local, se acercaban de vacaciones  a estas tierras sensibilizados previamente y arrastrados por los líderes de las pequeñas ONGs  de manera que ,  a la vez que disfrutaban de unas vacaciones diferentes,  “contactaban” con la realidad del tercer mundo africano acompañando con su persona la aportación realizada al proyecto en cuestión que estuvieran desarrollando. Este tipo de incursiones  llegaban lejos: todo lo lejos que se puede llegar cuando se dispone tan solo de una semana para cumplir un apretado programa solidario , jalonado de recibimientos en las aldeas o en los compaunds donde al menos se compartía comida y charla con los nativos, y se avanzaba una etapa más en el desarrollo de un proyecto local, que seguía por sus derroteros más allá de las visitas periódicas de sus promotores.

Los monos habían empezado a desfilar por la parte superior del muro para acabar   descolgándose fuera de la finca, en dirección a un rincón más tranquilo de la sabana, lejos del olor de  cualquier humano, en la seguridad de las ramas altas de las pocas caobas que habían sobrevivido, por ahora, a la  imparable deforestación. El ocaso se echaba encima y la brisa refrescante del atardecer convertía en delicia aquellos momentos.

Hasta ahí ciertamente – pensaba el hombre – es hablar en propiedad de ese turismo solidario que como una primera etapa de acción era  tan importante impulsar, consciente de las dificultades para implementar un primer pasito de aproximación y ayuda a esa compleja realidad, tan distante, que supone en este caso un país africano.

Más buena voluntad, tímida eso sí, que otra cosa, pero buen paso al fin y al cabo. Y que necesitaba de ciertas orientaciones, pues desde tal posición era extremadamente fácil cometer errores, difíciles de percibir en una primera experiencia, revestida de clichés que poco tenían que ver con la realidad y choqueada  con el aterrizaje en un sub mundo tan extraño, en donde era tan fácil dejarse llevar por las sensiblerías y auto engañarse con cosas que más tenían en el fondo que ver con la satisfacción personal que con la ayuda efectiva al necesitado.

“La gente, los turistas, lo que hacen es tranquilizar sus conciencias”. Recordaba las inmisericordes palabras que un día le dijera su amigo Damián a tenor de estas consideraciones.

Los monos habían desaparecido un rato atrás y tan solo los últimos gorgogeos  de las tórtolas y el ajetreo de otras clases de pájaros daban algo de revuelo a ese día que se marchaba dejando tras de sí un horizonte de  naranja y  paz.

 El hombre,  no estaba de acuerdo en esa lapidaria sentencia. La cosa tenía su “qué”, e incluso si se trataba de analizar el impulso sosegante que la mayoría de las veces contenían esas simbólicas acciones solidarias, no podía haber más reproche que el que se le pudiera dirigir a aquel que se engulle un filete para “tranquilizar” el hambre. Sí claro, en esa escalera ascendente hacia la perfección podía uno fijarse en aquel brillante escalón superior en donde residía el puro altruismo. Pero lo creado tenía su propia manera de conspirar a favor del hombre y de su realización, y la exigencia del alma por su propio alimento era tan natural “orgánicamente” como la referida al filete y al estómago. El hambre conspiraba a favor de que el hombre fuera capaz de mantenerse sano y vivo, como el dolor lo impulsaba lejos de lo dañino, así mismo el alma  al clamar por su sustento, quejumbrosa de una existencia arrastrada de solipsismo, insolidaridad y deshumanización en suma,  conspiraba por mostrarle al humano la puerta de la paz de espíritu, y tal vez con ello la puerta del conocimiento.

Por éso, y solo por eso, el hombre pensaba que esos acercamientos periféricos y breves y sus  donaciones, estaban bien. En todo caso, para esos benevolentes turistas, era todo lo que había. Tal vez una puerta llevara a otra...

Lo de aquellos hombres que se habían marchado aquella mañana tenía algo de diferente. Era otro nivel.

La clave del éxito de la misión que completaron en tan solo una semana, fue que en tan pocos días, se tomaron tiempo. Desde la calma, y el corazón abierto fueron capaces de exprimir la realidad como si no pasara nada. Es que se dejaron fluir y fue la realidad la que en vez de rechazarlos , los acogió y los penetró. Por eso se enteraron, por su disposición personal. Al fin y al cabo el corazón era tan solo un espejo: dependía de las capas de polvo que suelen depositar los egos, los yos, y los  prejuicios que lo enturbiaban más o menos,  que pudiera cumplir su función o no.

Se tomaron tiempo. Para sentir, ver, analizar, actuar. Actuar, dándose, dando de sí mismos algo: sus personas y su tiempo. Tan sencillo como eso. 

Y tan solo después de que se dieron a sí mismos, empleando su tiempo en jugar con los chavales y las niñas de Kerrgallo, tomarles las tallas, censándoles, entonces les dieron las cosas materiales que traían para ellos: ropa.

Sí ¡ claro que sí¡ ahí estaba la clave ¡ tan sutil, tan decisiva¡ Cuando das algo, desembarcando de un helicóptero o una furgoneta, procediendo a un reparto, la cosa es diferente. El receptor capta la situación de manera diferente, solo está el traspaso de manos de unos objetos necesarios o superfluos, en este caso da lo mismo, pues el efecto producido más allá de lo material es igual de deficiente.

Cuando lo que se da es uno mismo, su tiempo, su afecto, su conocimiento,  las miradas reposadas en el encuentro de dos seres humanos, la sonrisa, el trabajo y el juego compartido con unos niños, la cosa cambia RADICALMENTE. Lo que a partir de ahí se de, es ya otra cosa, es la prolongación de un vínculo, la consecuencia del afecto. Se concibe como el fruto del amor o de la amistad. Llega al corazón, se interpreta de manera diferente, porque antes se puso el corazón. Y si no se da nada material, tampoco pasa nada , no pasa nada.

Es que el asunto es de ida y vuelta, y precisamente lo que más necesitaba la gente, la del otro mundo, es aquello que le iban a dar a cambio de haber entregado algo de su afecto y de su tiempo.
Eran muchos los ejemplos que la realidad nos proporcionaba. Ahí estaba el mismo profesor, Mr Njay, entregando todo el tiempo de su vida y con seguridad todo su corazón por hacer el bien a unos chavales . Ejemplo extremo como el de los misioneros cristianos, como el de los comprometidos de la Teología de la Liberación, o sin ir más lejos como el de los voluntarios que como la enfermera Heike y Henry lo ponían todo al servicio de los demás sin interés material de por medio.

Voluntarios. Colaboradores. Ciertamente pensaba que los norteamericanos,  a través de la ya lejana iniciativa de John F. Kennedy de crear los Peace Corps, otras consideraciones a parte,  daban en lo personal uno de los  más altos ejemplos de iniciativa y entrega por parte de la sociedad civil en su conjunto, de intervención en el desarrollo social del tercer mundo allá donde los gobiernos locales y extranjeros hacían dejación de sus obligaciones.

En todo caso, lejano a tal nivel de entrega, había mucha gente dispuesta a entregar unas semanas o unos meses de su vida a favor de los necesitados.
Toda la vida como Yuma Njay, unos años como Heike, dos años como los voluntarios de los  Peace Corps, unos meses como Aldo, Iliana, Ignasi, Rafael...unos días como Aitor y Quiara, unas horas como muchos otros...Pero por encima de la espectacularidad de las importantes donaciones de cosas materiales, a su juicio, en lo más alto del firmamento humano brillaban esas estrellas de renuncia personal al tiempo y a los propios intereses a favor de los demás.
Quizá sería bueno que algunos de esos tantos esfuerzos personales y de organizaciones se centrara en estimular, organizar y canalizar ese tipo de voluntariado solidario.
Se había hecho de noche, y desde aquel rincón del jardín el hombre se deslizaba fuera de sus consideraciones a la vez que  contemplaba un cielo ya cuajado de lucecitas. Mientras se levantaba para encaminarse a la terraza, pensaba que todo estaba bien como estaba: formaba parte de un eterno presente en movimiento, en proceso de alquimia en donde cada cosa jugaba su papel. Que la comparación entre unas cosas y otras no tenía otro objetivo que el contraste que ayuda a impulsar el crecimiento y la perfección. Al fin y al cabo, como todo, seguía siendo una cuestión de decisión personal, de metamorfosis interna.



3 comentarios:

Marta dijo...

“Nuestras estrellas principales son la lucha y la esperanza.
Pero no hay lucha ni esperanza solitarias.
En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia,
los errores, las pasiones,
las urgencias de nuestro tiempo,
la velocidad de la historia”.

Pablo Neruda, 1971.

Gabriel Massana dijo...

Uff que buen análisis de la situación, de lo que pasa, de quien y como pasa.

Sin duda tu situación es privilegiada para observar a los que nos acercamos a África.

Me encanta que cada vez sean mas los que se acercan y quedan enganchados al Factor Humano de Buniadu. Porque el Factor Humano es como una tela de araña que nos une y nos atrapa. Es unos tentáculos que crecen y cada vez son mas a los que atrapar (y los que atrapan).

Doy gracias al Factor Humano de Buniadu, al granjero, gracias a lo que pasa en el otro lado del rio, en la aldea, gracias al profesor y a los alumnos, doy gracias porque estoy conociendo mucha gente buena.

Es fantástico, porque gracias a la gente que va y viene de Gambia ahora conozco muchos corazones buenos. Gente que pensaba que no existía. Gente que no encuentras en todas partes. Que es muy dificil contactar.

Y por H y por B el Factor Humano de Buniadu y lo que esta pasando últimamente, esta haciendo que empiece a confiar un poquito en los Humanos (pero solo en algun@s y solo un poquito).

Besos

Ahmed dijo...

Querido Gabi, cómo me satisface tu comentario. Profundamente. Por varias razones. Las personales, las dejaremos sin mencionar , pues nos es evidente. M'en alegro un montón.

Y me satisface que te haya parecido bien el análisis, no por lo que a mí me toca, sino porque entiendo que se ha entendido y porque nada de lo dicho tiene otra intención que la de cubrir una etapa para proyectarla al futuro. El análisis debe preceder a la acción. Y la ación puede ser tanto individual como colectiva. Y puede ser espontánea como inducida.

Hay que trabajar no para sacar dinero o inventar o buscar proyectos atractivos para obtener fondos, malamente gestionados después, buscando el engorde de un curriculo que se autosustente...El asunto a estimular, canalizar, organizar , es el Factor Humano, porque además es el donante activo de sí mismo el que se convierte en receptor, en último extremo. Y es la búsqueda de ese resultado lo que incoscientemente impulsa a las personas, muchas más de las que nos imaginamos, a compensar con la acción la deshumanización de la vida y de su vida.

Los americanos lo han hecho excelentemente con el modelo Peace Corp. ¿Sería posible caminar hacia ese tipo de acción? ¿Sería posible organizar para canalizar a esos voluntarios que deberían sobre el terreno desarrollar pequeños proyectos solidarios? ¿Podrían ser entonces las Ong que conocen cómo buscar fondos los que aportaran esos fondos para ser gestionados y desarrollados en primera linea por aquellos que estuvieran dispuestos a dar de su tiempo y de sí mismos aquellos que realmente se necesita?

Si no se salta ese abismo existemnte entre los buscadores de fondos / donantes , y los receptores locales sin control, no solo seguirá siendo agua en cesto de mimbre, sino dale que te pego para seguir tejiendo el asqueroso entramado de corrupción que desde los dos extremos crujen la buena voluntad de los tantos que sí estarían dispuestos a hacer algo.
Es la sociedad civil, por sí misma, no a través de organizaciones que tienen sus propios intereses cuanto más, y cuanto menos sus propias limitaciones de ser alienígenas sobre el terreno, quien debe de dar un paso adelante, justo un paso, el que permitirá acercarse al otro como hermano, no como tarjeta de crédito, para estimular en el otro lo mejor y no lo peor de sí mismo, y juntos hacer las cosas. Ese es el factor humano. Ese es el terreno a aproximar. Y muchas ONGs sinceras, que las hay, desearían gustosas desarrollar el papel de proveedoras de los fondos. ese es su asunto. Fundamental por cierto.

El análisis expuesto de manera lo menos pesada posible, con monos incluidos, no tiene otro objetivo que el avance para la acción. Acción, que es lo que se requiere, y no solo contemplar lo corruptas que son tantas personas y tantas organizaciones en torno a la miseria de los demás, lo corruptos que son los mismos recptores, perfecto tandem del anterior miembro del binomio. Todos ellos tejedores de errores y vicios. No es suficiente decir que no somos capaces ni de creer en nosotros mismos. Es posible hacerlo, hay mucha gente. Basta una cerrilla para inflamar un secarral. Tan solo la luz y la pureza de intención pueden hacerlo. Y hay suficiente luz para quien quiera ver. hay suficiente.