jueves, 3 de marzo de 2011

LOS NIÑOS DE KERRGALLO (CXIX). BATIKS. UN COMERCIO JUSTO Y SOLIDARIO




Hace años que conocí a Alfu Seiny. Se presentó un día en la finca, traía consigo un paquetito de telas pintadas, plegadas unas sobre otras. Era artista y quería enseñarme sus trabajos.

Sus maneras suaves, su rostro amable, incitaba a la  confianza. Me enseñó aquellas telas que por primera vez supe que se llamaban “batiks”. Pinturas africanas con ese estilo  simple, naif  casi , que adorna las creaciones de una cultura que parece saber que la realidad no es exactamente lo que parece, y que la persecución de su perfecta reproducción no es sino ponerle parches a los ojos del intelecto.

No es el realismo ni su versión  hiper lo que desvela la realidad, sino lo que la encarcela en su apariencia.

El africano, y con él la mayoría de las civilizaciones antiguas, huyendo sabiamente de esa quimera de imitar la creación, se han adentrado sabiamente en la deformación de la perfecta forma exterior para sumergirse más allá,  en su función de símbolo.

Por ello ,simplifica, estiliza, deforma, rompe la tridemensionalidad de manera instintiva. Está mucho más cerca del conocimiento al huir  de imitar lo más perfectamente  posible lo aparente

Cuanto más exitosamente se recorre ese camino  tratando de emular la creación, y más perfecta es la reproducción de la realidad, más claramente queda patente al final del trayecto la dimensión de nuestra  impotencia: pues es la vida lo que le falta a esas reproducciones de los seres que sí la  tienen.

Por esa razón, el arte africano, del cual los batiks son una excelente muestra, parte de la realidad, el hombre y los animales preferentemente, para acceder al simbolismo que contiene: la vida, la fuerza, la maternidad, la dualidad de los sexos,  los antepasados como expresión del vínculo a la sabiduría ancestral adquirida de la que se resiste instintivamente a desprenderse...huye de lo particular, que le interesa poco, para sumergirse en lo universal y  lo trascendente, que es a lo  que el símbolo conduce.


El arte africano, por esas razones, al igual que todo arte primitivo tiene mucho de sagrado, siendo que a la vez, y tal vez por ello,  conecta profundamente con la esencialidad de las cosas y especialmente de lo humano.

El artista africano es anónimo, lo importante es lo que transmite la obra. Ni en el artista ni en su obra se capta la individualidad, excepto usada como pasarela, como manifestación, como símbolo, de otra realidad.  Usa el arte como herramienta de vínculo entre el individuo y el clan y a través de la comunidad penetra en el inconsciente colectivo preñado de sabiduría que le conecta a otros planos.







Me gustaron mucho aquellas telas de Alfu, y le compré una gran cantidad de ellas, de todos los tamaños, pensando en decorar una casa con muchas habitaciones, todavía en construcción.

Acostumbrado ya por entonces a pelear precios a cara de perro, los que al final me ofreciera Alfu eran en principio satisfactorios, a pesar de no tener referencia alguna anterior a aquella vista.

Un año más tarde, o más, cuando la ruina de la fresas no nos dejó otro camino que reconvertir la granja en un pequeño hotelito rural, Alfu volvió a aparecer para ofrecer más batiks , de manera que yo , tras cargar el precio en lo que considerase conveniente se lo ofreciera a mis huéspedes.

Serían cuatro chicas  asturianas, unas de las primeras viajeras que pasaron por aquí, las que me revelarían el precio al que ellas habían adquirido el modelo más grande, en la fábrica de batiks de la otra parte. Mi sorpresa fue enorme al saber que los habían adquirido por 1000 dalasis cada uno, y que los vendedores no tenían la más mínima intención de negociar. Como ellas me dijeron “estaba claro que los vendían todos y a ese precio”. Aquel precio de mercado, que más tarde me reafirmarían otros viajeros,  sobrepasaba el triple del precio que yo tenía con Alfu, luego por tanto si doblaba el precio de Alfu, para revenderlo a mis huéspedes, aún y así, el precio final sería un 40% más barato que en Banjul. Mis clientes quedarían super satisfechos y yo ganaría dinero.

No me precipité en poner en marcha aquella oportunidad. En esta tierra uno acaba tomándose las cosas con calma, y mi cabeza no estaba muy centrada en esos menesteres.

Habría de pasar casi un año, y con él, nuestra decisión de cerrar al público la Granja, y dejarnos llevar por aquella veta de vida que supuso la irrupción  de los niños de la aldea en nuestra realidad que imperceptiblemente me había devuelto al destino que vine buscando al decidir llegarme hasta este país. Pero a través de un portal más angosto y más duro.

Alfu volvió a aparecer, a insistir. Y fue entonces cuando le dije que lo íbamos a poner en marcha, pero que iba a cambiar algo : yo iba a renunciar a hacer negocio personal con aquello, pero él debería de conservar los precios conmigo pactados, al mayor, para ofrecerlos así a los visitantes, que ya por entonces estaban ligados a la aldea de Kerrgallo.

Le propuse un plan: él iba a presentarnos los diferentes tamaños de batiks, cerraríamos por escrito los precios, y se les ofrecería a los visitantes un precio cerrado, sin regateos, por cada modelo. Si él hacía las cosas así yo le auguraba un buen futuro para su actividad, insha allah,  pues sabía de la satisfacción de la gente que le enviara a su taller de trabajo en Kanuma.

En breve pasarían por casa una querida familia de Zaragoza. Le propuse a Alfu que hiciera para ellos una exposición en casa, y con ellos como albaceas, en representación simbólica de los “viajeros”, cerraríamos públicamente el proyecto que pretendía apoyar su actividad artística.

Flor, Pablo y familia quedaron encantados. Y allí reunidos, ellos mismos se comprometieron a maquetearle unos trípticos de promoción. Los precios se hablaron y se fijaron: iguales o algo menores que los que me había ofrecido a mí dos años antes. Excelentes. Huyendo de la idea de haberlo presionado demasiado, le pregunté si realmente esos precios eran satisfactorios para él. Asintió con seguridad, y yo le repetí dos veces más la pregunta, y con cada una de las respuesta trataba de convencerme a mí de lo bueno que era para él esos precios.

Me comprometí a que procuraría promocionarle lo más posible si él seguía mi consejo de mantener esos precios y de que los mismos fueran fijos por modelo. Tan solo le iba a pedir algo a cambio: que pensara en un producto para enseñar a los niños de Kerrgallo, de manera que aparte de abrirles un camino de expresión artística, un oficio tal vez, se les facilitara una fuente de ingresos. Le dije que por supuesto daba por descartado que fueran los propios batiks, pues no íbamos a romperle el negocio a él. Aceptó y dijo que pensaría en algo.

Me levanté de la terraza dejando a Alfu con mis amigos maños, para irme a hacer mis cosas.

Acostumbrado en el pasado al mundo de las compras y las ventas, y mientras me alejaba de la terraza para dirigirme al viejo Patrol , el cual  me recordaba siempre cuan precaria era mi situación económica, la voz de quien fuera me decía dentro de mí: “eres idiota, acabas de dejar pasar una oportunidad de ganarte la vida, o al menos de tener unos ingresos que los necesitas como el agua. Con el precio que tenías, podías haberlo doblado, y aún así estaría muy muy por debajo del precio que los turistas pueden conseguir en el país, y hubieran quedado encantados con tu oferta..” Durante los segundos que me separaban de coche ese pensamiento, lícito, pero de ambición personal, me produjo quemazón interior y antes de abrir la portezuela me dije a mí mismo “al carajo con esto¡” y me di la vuelta decididamente para llegarme de nuevo a la terraza, en donde Alfu y mis amigos se paseaban ante una espléndida exposición de los batiks, los cuales,  a la luz de aquella mañana,  lucían como verdaderas obras de arte que llenaban de satisfacción a los visitantes y a Alfu de orgullo de artista.

Interrumpiendo le dije: “a ver Alfu, vamos a cambiar algo de lo hablado, siéntate conmigo. Mira amigo, yo he renunciado a algo en todo esto, quizá a bastante, ahora quiero pedirte que tú renuncies a 25 dalasis por cada batik que irá a una cuenta para comprar arroz o lo que se apara los chicos de Kerrgallo. Se trata de echar una mano. Y los visitantes estarán más satisfechos por la compra y para mí tendrá aún más sentido ayudarte”. Él aceptó encantado y yo me volví de nuevo al coche, sereno. Aquella voz interior había enmudecido como si se la hubiera tragado el infierno.

Meses más tarde estaban aquí David , Aitana e Ignacio. Este amigo de Málaga se había ofrecido a echar una mano para los niños de la aldea con el dinero recogido de los cartuchos de tinta vacíos de las impresoras. Su actividad de comercio por internet nos dio a los reunidos para imaginar que podíamos poner una tienda virtual para vender los batiks de Alfu en beneficio de la aldea. El asunto estaba claro: el precio de que se disponía permitía crear una plusvalía bastante más allá de los 25 dalasis que eran la contribución de Alfu, y  que íntegramente iría a parar a los niños. Los viajeros que traían cosas para la aldea, de vez en cuando llevarían los batiks a la península, con lo que no había gastos de transporte, y cuando se vendieran, el dinero volvería de la misma manera. El Color de la Papaya lo adelantaría, y después recuperaría exactamente lo invertido en la compra y entregaría en forma de arroz o judías, el beneficio íntegro a los niños de la aldea. Nadie debería lucrarse en lo más mínimo con esto. Nadie. Se trataba una vez más de entender que no todo en esta vida debe de hacerse por lo que a uno le beneficia, sino que está muy bien hacer cosas estrictamente por los demás, especialmente por aquellos que no tienen nuestras posibilidades, nuestro capital, nuestra tecnología, nuestra experiencia. Y poner todo ello a su servicio sin comisionar un ápice era nuestra obligación de seres humanos.

Que Dios bendiga este proyecto que nació puro como el agua y que debe saciar como ella sacia.

Gracias por vuestro apoyo a esta iniciativa,  que estrictamente beneficia a un gran artista comprometido a su vez en dar parte de lo suyo a sus hermanos más necesitados, tanto en dinero como en conocimiento, favoreciendo el ascenso de una industria local, y a unos niños y niñas que no tuvieron esas oportunidades, y que ahora podemos ofrecérselas  , aparte del arroz y las judías que no es poco.


Es “por ellos” VS “por nosotros”.




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BATIKS DE GAMBIA. Un comercio Justo y Solidario


http://www.comerciojustoengambia.org/


Una iniciativa de Mensajeros x Gambia y El Color de la Papaya




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