El pequeño Kemo será operado en Barcelona, en el Hospital San Juan de Dios. Ha sido aceptado y la operación, la estancia del familiar que le acompañe y el traductor que le pondrán al padre del niño, correrá por cuenta del Hospital, en colaboración con el Hospital General de Sabadell y con la ONG que para tales efectos está creada en el Hospital para atender estos casos .
Solo queda hacer el gran papeleo que permitirá al niño y a su padre volar para abrazar una esperanza.
Así de sencillo.
¿Cómo poder entenderlo?
Tan acostumbrados como estamos al “velo” sería fácil hablar de cómo alguien de gran corazón que pasó tan solo hace cuatro días por aquí y que tuvo conocimiento del asunto y de Heike, de Henry, de su trabajo volcado en ayudar a los demás, volvió a su trabajo en el Hospital de Sabadell, y antes de poner en orden su oficina se echó pasillo adelante, ascensor arriba y abajo, de despacho en despacho para clamar por la vida de un inocente, cuando tan fácil podía ser para ese cirujano, para ese hospital, para el de San Juan de Dios, para tí y para mí, mover tan solo un dedo para salvar a ese inocente. A cualquier inocente.
“Quien salva a un inocente es como si salvara a toda la humanidad” dice una sabiduría ancestral proveniente de donde procede la Sabiduría.
Sería fácil caer en la loa a ti y a él, a ella, a vosotros y a ellos, pero dice también otra perla de sabiduría que si quieres bien a alguien no le alabes. Por algo será...¿pero sabemos por qué?
Tan solo habían pasado 24 horas desde que él y ella volvieron a Sabadell de sus vacaciones en Gambia, tan solo 24 horas de pasillos, ascensores y tocar puertas con los nudillos.
En la sinceridad de su mirada y en la belleza de su sonrisa abierta, en la seriedad de lo auténtico, debieron de estar algunas de las claves. Pero no, nos estaríamos perdiendo en el velo una vez más, estaríamos buscando la causa donde no está, y estaríamos haciendo un flaco favor a quien merece algo mejor que un aplauso.
Ni ellos se lo creían, sentados en cualquier parte de la ciudad , con el SÍ ganado para Kemo, se hacían cruces para encajar la grandeza de lo logrado para el niño, la inmensidad de lo que suponía para esa familia machacada a problemas, y lo poco o lo mucho ¿cómo medirlo? que había costado conseguirlo. Pienso en ellos, sentados y perplejos en cualquier parte de Sabadell, quizá en un parque en una fría mañana invernal, rodeados de personas que corren tras las últimas compras para la cena de Noche Vieja, felicitándose unos a otros por haber llegado vivos (¿vivos?) de nuevo al final de un año más.
Pienso en la íntima felicidad, inexplicable, de esa anónima soledad.
Pienso en la soledad de Heike, atendiendo a Kemo durante dos años en sus crisis, de vuelta a Alemania para volver a llenar la bolsa con un salario bien pagado que les diera cuerda para estar un año más en Buniadu atendiendo a miserables como Kemo, a los desheredados de la tierra. Pienso en las vueltas que dio, que debió dar, con aquel diagnóstico, llamando puertas para descerrajar una esperanza. Y recuerdo sus palabras hace semanas cuando me dijo que a su vuelta le sorprendió que Kemo siguiera con vida. Recuerdo su modesta mirada , dirigida a otra parte para ocultar el vidrio húmedo con que de súbito se cubrieron sus ojos, cuando le dije que un español, el que había recogido a Kemo cuando llegó la ambulancia a Banjul, tras haberlo dejado ella en el Hospital de Essau a las 7 y media de la aquella mañana, iba a ocuparse de buscarle una casa a la familia, y a sostenerla para que el chaval pudiera estar cerca del Hospital General cuando le diesen las crisis que cada día le dan desde que vino a este mundo, de manera que alguien cualificado pudiera inyectarle el Propanol sin pasarse de la dosis y matarlo.
No supe, ni sé aún, por qué los ojos se le llenaron de lágrimas, porque no tuvo interés en explicarlo, a esa dura teutona capaz de haber sentado en la cola de los miserables para esperar su turno durante tres horas al Sheifo de la comarca, que es como decir el Gobernador, rico por cuatro costados y acostumbrado a ir pisando sin esperar. Y que después de atenderlo le espetó que las medicinas que daba gratis eran para los pobres no para un hombre como él que podía pagarse lo que quisiera en esta vida. Recuerdo sus claros ojos, recuerdo a esa mujer a quien por su fortaleza me gusta llamarle “General”, y es que me gusta oír su siempre modesta respuesta: “Yo no soy nada ni nadie, Ahmed”. Pero es que más me gusta ver su sonrisa limpia, la gracia que le hace que le haga el payaso al llevarme a la visera de la gorra la palma extendida mientras le llamo “General”.
“Yo no soy nadie , Ahmed, nadie”. Me gusta oir que nos recuerden la realidad, me gusta repetir el mantra eficaz para combatir el Ego, “No hay poder ni fuerza sino en Dios”
Hace tiempo que comprendí que los Niños de Kergalo se me habían puesto en el camino para echarme una mano. Creo que Kemo se nos ha puesto en el camino, una vez más, para echarnos una mano, él a nosotros.
Comprendo que es una manera extraña , cuánto menos , de ver la realidad.
Kemo tiene un agujero en el corazón, de una cavidad a otra, y una salida de la aorta que no tiene el calibre suficiente para bombear afuera la sangre.
Es nuestro corazón el que está bastante mal y no sabemos cómo operarlo. Kemo , se nos ha puesto ahí, para echarnos una mano. Él nos está dando una oportunidad para parchear nuestros boquetes y para ensanchar nuestras exiguas salidas hacia fuera. Podrá llegar vivo o no a la operación, pero lo que es seguro que nos ha dejado una receta escrita a sus cortos cuatro años. Seguro. Alguien se ha ocupado que fuera así.
Si nos enredamos en el “velo” no seremos capaces de entender la realidad. Pero todavía sería peor salir más confundidos que antes. Y con el corazón más colapsado, ensombrecido por el ego.
Y es que el origen del caudal de los torrentes que bajan de las montañas para reverdecer la vida, no está en ellos mismos, sino en el agua que se eleva sobre sí misma perdiendo su identidad exterior y se evapora al calor del sol, que deja de “ser” ella para ser otra cosa imperceptible y que al condensarse con más “nada” y arrastrada por los vientos se precipita y es entonces cuando la fuerza del amor da la vida. Solo cuando la belleza aparente del agua de los océanos de evapora hasta no poder contemplar su apariencia exterior, el velo, su identidad exterior y aparente, dejando tras de sí la escoria para que ascienda lo más puro que hay en ella, solo entonces se produce la alquimia del Amor, que hace que seamos nosotros los auténticos beneficiados de nuestras buenas acciones , acorde con lo mejor de nuestra intención.
Las buenas acciones hacia los demás son como la belleza de las flores.
Las buenas acciones hacia los demás que nacen y culminan desde la renuncia a sí mismo, son como las flores con aroma.
Una vez más las flores pueden fotografiarse en la perfección de su materialidad, pero no el aroma. Una vez más aquello intangible es el alimento de esa otra cosa intangible que está en nosotros y que tan poco caso le hacemos.
“Yo no soy nada ni nadie, Ahmed”.
Vapor de agua , renuncia a sí misma, la belleza inconmensurable de los océanos evaporada y desaparecida por la fuerza del amor y la renuncia a sí mismo. Alquimia del Amor que nos deja perplejos en un banco de cualquier parque al tratar de entender por qué nos sentimos así de plenos, si dimos tan poco y es tanto lo que nos llena. Alimento del Alma.
Sería fácil homenajear a aquella otra viajera, que igualmente conmovida hasta el tuétano removió cielo con tierra al volver a su Sur para encontrar para Kemo un cirujano, y alimentar durante semanas nuestra esperanza.
Sería fácil decir que fue la agudeza de aquel viajero de velero varado por la casualidad ¿la casualidad? en esta playa que dijo “estos temas solo se solucionan si salen a la prensa”, y que fuera la casualidad que Nakupenda anunciara que con el próximo grupo viajaba una periodista, para pensar que si se aprovechaba la visita obligada al hospitalito y hacíamos coincidir la presencia de Kemo, tal vez la periodista...tal vez. Pero , no fue así. Fue el corazón de una mujer del Sur que al cruzar a la otra parte buscó en un gigante que anda recogiendo chavales de las basuras una mano expeditiva que tirar a puerta.
Sería fácil decir, de ti, de ella, de él, de nosotros, de vosotros , de ellos, pero es mejor no hacerlo para no equivocarse.
“Yo no soy nada ni nadie, Ahmed”
Tan solo era un punto de luz, capaz de contagiar su inmediato entorno con su amor y su renuncia. Y la luz como el fuego, tiene la virtud de expandirse, como todo, y he ahí el misterio de la cadena, el misterio de la unidad. Ha sido ese contagio el que ha sido capaz de cambiar la realidad con un ímpetu sorprendente. Si tan solo hiciéramos un poco, para empezar, y renunciáramos un poco al ego, seríamos capaces de cambiar el mundo.
La batalla exterior solo se ganará cuando ganemos la batalla de nuestro corazón y hagamos de la compasión por todo lo creado una manera de vivir, no un proyecto ni una acción espectacular digna de ser fotografiada..
Son ellos, los miserables de la tierra que están ahí para redimir nuestro corazón averiado, para provocar la Alquimia, para descubrir el misterio. Para recordarnos que no somos nada.
Fue Flor, aquella maña inquisidora en busca de la autenticidad, quien hace ya un mes, mientras compartíamos con Pablo, su compañero del alma, un rato con Heike y Henry , frente al barracón donde viven, quien para finalizar el interrogatorio en tercer grado a que había sometido a Henry, bajó a un nivel más humano y le preguntó : “Y de donde sacáis la energía?”
Henry le contestó con la fuerza que sale de los más hondo. “Ella la saca de mí y yo la saco de ella. Cuando uno de los dos está mal o flaquea, el otro le sostiene, es el amor el que nos hace ser uno juntos. Ninguno de los dos podríamos hacer esto si estuviéramos solos”
No sé que me emocionó más si la autenticidad de la respuesta o la explosión de llanto incontrolable que ella provocó en Flor, o el abrazo en el que se fundieron.
En todo caso, en todo ello, las palabras de aquel amante enamorado, las lágrimas sentidas de felicidad de Flor y el abrazo que sellaba la realidad expresada, era la respuesta auténtica a todo el enigma: la fuerza de Amor, la Alquimia del Amor que permite transformar nuestro corazón al disolvernos en el otro, y al dejar de ser “yo” y dejar nuestro interés al márgen. Siendo así que esa energía entregada se vuelve hacia el emisor como un tornado que entonces, por haber dejado de ser “algo”, por ser “nada” por amor, es elevado hasta lo más alto para fundirse con otras gotas de vapor enaltecido y ser entonces, y solo entonces, cuando al encontrar la unión con sus iguales puede convertirse en lluvia y torrente vivificador capaz de convertir el desierto de la miseria y la soledad en vergel y aroma de flores y frutos, esperanza de vida.
Gracias Kemo. Tu corazón podrá fallar en cualquier momento, pero habrás sido tú con tu existencia precaria y doliente quien nos habrás ayudado a ser mejores.