martes, 1 de diciembre de 2009

LOS NIÑOS DE KERGALO (XII): “Una estrella fugaz en el desván”




Nunca nos hemos visto la caras, pero nos hemos mirado al alma infinidad de veces.

Tantas que creo nos conocemos como se conocen las almas desprovistas de los velos de materialidad que nos confunden.

A él le gustaba subirse al altillo, a ese desván en donde se guardan las cosas que no se usan pero que uno se resiste a deshacerse de ellas. Allá donde en la penumbra que deja pasar las pequeñas claraboyas de la buhardilla del alma, nos podemos sentar en un rincón y ser tan solo nosotros cara a cara con nuestros recuerdos, nuestras promesas, momentos para la reflexión y para la duda.

Una cosa, al menos una, sí teníamos en común: ambos dos estábamos abonados a la lógica y a la racionalidad. Por éso nos entendíamos bien aunque las notas que nos cruzábamos en nuestros debates no siempre tuvieran, por ambas partes, una respuesta, no ya inmediata, sino tan solo una respuesta. Y maldita la falta que hacía pues de lo que menos se trataba era de concluir ninguna partida. No teníamos que llegar a ninguna parte, simplemente éramos o estábamos donde todo el mundo está…donde todos …en el camino.

Unas veces en silencio, y otras con la tranquilidad de quienes pueden ver pasar el paisaje sabiendo que el otro está ahí reconstruíamos el placer de la tertulia, aún y a pesar que a él eso de las palabras le llegaban menos dentro que las simples historias humanas. Y es que más allá de lo que él tuviera consigo mismo en los altillos, de ese nivel hacia abajo lo que le interesaban eran los seres humanos como tales.

Quizá fuera por ello y huyendo de la metafísica por la que yo tenía cierta carencia, un día no muy lejano, no recuerdo a cuento de qué, le relaté una escena de una película que hacía mucho había visto. Era una película iraní, cargada de esa sensibilidad y sutilidad en la que los persas son maestros. La historia relataba el accidentado y peligroso viaje de una afgana que debe volver desde occidente a su tierra natal debido a un grave problema que aquejaba a su  hermana en su país  el cual estaba  en guerra con los talibanes y no se cuantas facciones más ,y para ello debía de atravesar la frontera entre Irán y Afganistán. Allá , en medio de tal viaje, en un lugar indefinido se encuentra, en  un zona plagada de gentes que huían , con un médico afro americano convertido al Islam el cual tras una larga barba postiza que le proporcionara los estándares exigidos por los talibanes le confiesa:

“yo vine aquí buscando a Dios y queriéndome poner a su servicio. Luché primero con los de un bando, y después con los otros. Al final, es aquí, atendiendo las miserias de esta gente que sufre, donde realmente Le he encontrado”.

Yo sabía que a él le gustaban las historias.

Hacía tiempo que no nos decíamos mucho. Un día , muy recientemente, reapareció.

Debía de haber estado trasteando en el altillo entre baúles y recuerdos.  Ese hombre sin rostro pero que era tan familiar que hasta mis hijos conocían su existencia, cerró ese día la trampilla que daba a lo alto, mientras bajo el brazo, envuelto en un paño de misericordia, descendía llevando  un pequeño envoltorio.

Con una humildad de las que impactan por su autenticidad desplegó ante mí su contenido, mientras me decía:

“son tres mil euros, creo que ahora ha llegado la ocasión. Empléalos como mejor te parezca en los niños de Kergalo”

El vello de los brazos se me puso de punta, la carne de gallina. Dejé mi ordenador y salí afuera…la noche africana , esta eterna noche de verano , estaba cuajada de estrellas. Levanté los brazos y grité con todas mis fuerzas para desahogar la tensión que me embargaba :

“Bendito sea Dios ¡¡ y  bendito seas tú, amigo, porque ahora vamos por fin a tener la escuela ¡¡¡ Gracias, gracias, graaaaaaaaaaaaaaaciaaaaaaaaaaaaaaas¡¡¡”

Estaba seguro que mi amigo , de una u otra manera, me había escuchado.





Miré hacia arriba una vez más, hacia el altillo, siempre surcado de estrella fugaces…el lugar donde se encuentran todas las respuestas, y miré arriba tratando de entender por qué las cosas iban así de rápido..

Después corrí llevando conmigo la lámpara de queroseno, tenía que darle la noticia a mi familia:  
                                                     “vamos a hacer la escuela ¡ “




1 comentario:

Historias de África dijo...

a mi tambien se me ha puesto el vello de punta.. es una grandisima y generosisima noticia.. gracias por compartirla con nosotros. david