martes, 3 de noviembre de 2009

LOS NIÑOS DE KERGALO (II) Un manojo de Cerezas



Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:1 - Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los mejores médicos de la época. 2 - Que los tesoros que había conquistado (plata, oro, piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba, y... 3 - Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.. Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones. Alejandro le explicó: 1 - Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte, el poder de curar. 2 - Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen. 3 - Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que venimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos, cuando se nos termina el más valioso tesoro que es el tiempo. Al morir nada material te llevas, aunque creo que las buenas acciones son una especie de cheques de viajero.




Sin la colaboración de la Asociación de Mujeres de Kergalo, el carisma y la fuerza de su presidenta y la abnegación de la venerable esposa del Imam que ese día habría de contraer el compromiso de cocinar diariamente para 57 niños el arroz que les llevábamos, no hubiera sido posible el milagro.

A los pocos días de comenzar , la aldea entera se sentía como propiamente receptora de la ayuda. Daban las gracias siempre que se terciaba como si hubiesen sido ellos los beneficiarios de ese arroz. Y es que los habitantes de esa pobre aldea que hace ya más de 20 años recibió a aquel profesor forastero que se instaló entre ellos y vió crecer en torno a su actividad docente una población de chiquillos que habría de desbordar sus posibilidades, asumió con solidaridad la carga extra que se diseminó por la arena que forman sus callejas.

« Ahora la gente del pueblo está muy contenta ». Me decía el Alcalo días después de haber comezado. Para ellos aquellos chavales que eran parte del pueblo, como cualquier hijo de vecino, realmente eran una carga y si bien se dice que donde comen cuatro comen seis en puchero de pobre sobra poco o nada. Lo que daban se lo quitaban de sus propias raciones. Las gentes de Kergalo estaban contentas. Y en ningún momento nadie planteó que su colaboración fuera de alguna manera retribuída y menos en casa del Imam que era donde se corría con el trabajo, el coste del tiempo dedicado a cocinar y el suministro de leña que cada día se necesitaba para ello. Kergalo había empezado a ponerme en cuestión alguno de los esquemas que , tras cuatro años de vivir aquí, la realidad me había incrustado tozudamente y que no me gustaban nada.

Aún recuerdo a principios de 2005 un día que cruzaba el río en el Ferri, lo que una joven gambiana que entabló conversación conmigo me dijo : « ¿quiere vd saber cual es el mayor problema que tenemos los africanos ? » « Pues sí, dígame » « Pues que aquí cada uno mira solo por sí mismo, que somos muy egoistas » Aquella declaración me dejó pasmado, carecía yo entonces de criterios de juicio y por el contrario venía cargado de benevolentes ideas preconcebidas…

Kergalo, el profesor y su familia, la pequeña comunidad de la aldea habían tejido en torno a sí una historia de solidaridad y amor por unos crios que dejados de las manos de sus padres en aquella explanada batida por el sol, cuestionaba, al menos en parte, el desamor que axfisia a los hijos de este país desde que se los cuelgan a la espalda.

Ahora que las cosas empezaban a rodar y el arroz solventaba la carencia básica, se trataba de inmiscuirse poco a poco para conocer toda la realidad de esos muchachos.

Actualmente son 57, entre los 7 y 19 años de edad, la mayoría niños. Siete son chiquillas en torno a los 8 años.

Duermen distribuidos en 8 pequeñas cabañas de adobe de tres por tres metros con techo de paja. En seis de ellas un túmulo de cemento hace las veces de cama doble, donde sobre un delgado colchón de espuma duermen dos de ellos, el resto duerme sobre el suelo de tierra batida o cemento, sin colchón ni algo parecido a una sábana que les cobije.

Las niñas duermes en los diferentes dormitorios de las esposas del profesor en camas con colchones y sábanas.

La primera vez que entré en las cabañas e imaginé a los niños, hasta 11 en una de ellas, tirados sobre el suelo, hechos un ovillo sobre sí mismos, no pude sino con horror pensar que mis ovejas disponían en unas cuadras más confortable que aquellas cabañas, con un mullido lecho de paja seca para tumbarse.

Me preguntaba si las sucias ropas que sobre todo los más pequeños vestían serían las mismas con las que se arrebujaban en aquellos suelos.

No podía preguntarlo todo de una vez. Si bien me sorprendía con qué naturalidad me mostraban sus miserias abriéndome las puertas de sus hogares sin atisbar en ellos el más mínimo gesto que indujera a la conmiseración.

Me sorprendió también, como aquellas míseras cabañas estaban pulcramente barridas y los poquillos enseres personales que había estaban perfectamente ordenados.

Su manera sonriente y digna de dar las gracias a menudo, aquel orden y limpieza en sus cobijos, la ausencia total de un gesto ni palabra de petición de nada, me hizo notar desde el primer momento, que fuera lo que fuese lo que aprendían en esa escuela esos muchachos hacían gala de una educación , contención y dignidad admirables.

Me dijeron a que ahora ya no pasaban hambre y que estaban muy contentos.

Cuando me marché tras visitar las chabolas pensé que aquello era como un manojo de cerezas, unas enganchadas a otras a medida que tiras de ellas. Y es que en la pobreza de aquellos que no tienen ni padre ni madre que les cuide las carencias vienen enganchadas unas a otras y para más jorobar de dos en dos.

Llevaba conmigo las notas que había tomado: en total eran 57, de los cuales 19 dormían sobre colchones, incluídas las 7 niñas, y 38 lo hacían sobre el suelo.

Habría que empezar a pensar en los colchones…

3 comentarios:

Historias de África dijo...

Gracias Gustavo de nuevo por compartir esto con todos con nosotros. Es una maravilla leerte con la misma pasión q tu escribes. Te leo e imagino lo que cuentas. Gracias

LaSonrisaDeAfrica dijo...

Hola Gustavo! No nos conocemos personalmente, soy Natalia, de La sonrisa de Africa. Muchas gracias por compartir con nosotros tu historia, enviare el enlace a nuestros colaboradores. Aun tardare unos meses en ir a Gambia, pero me gustaria conocer a esos ninios, los de kergalo, tan similares a los de Manjai-Kunda, esos ninios de Africa que un dia se cruzaron en nuestros caminos y cambiaron nuestras vidas. Enhorabuena por tu proyecto, sigamos adelante!! Un abrazo!

Ahmed dijo...

Hola Natalia, yo sí he seguido tu trayectoria y cómo un día un viaje de vacaciones hizo de unas turistas, unas guerreras...Creo que todos sabemos una cosa, porque nos lo dice el corazón cuando miramos un niño: todos ellos son inocentes, todos. Ojos de naúfrago agarrados a una tabla en mitad de un océano de vida, aún para ellos insondable, que ven pasar a su lado poderosas barcas que en su carencia imaginan, y lo ven porque así es, hecha de cabos, puentes y escaleras, puertas y ventanas de luz...¿Seremos capaces de comprender que quienes nos están dando una oportunidad son ellos a nosotros y que es el mísero madero al que se agarran, nuestra tabla de salvación??

Yo también espero conocerte un día.

Otro para tí.

Gustavo.