Sorprendentemente en pocos días habían realizado los bloques necesarios para reconstruir la boca del pozo. La habían reconstruido, y con el cemento restante habían procedido a enlucirlo y afirmado una base a su alrededor para evitar, como en la situación anterior del realizado con una argamasa local, que la erosión de las lluvias lo destruyera. Era un buen trabajo. Y sobre todo habían vuelto a reaccionar con una rapidez extraordinaria ante cualquier movimiento que hacia ellos se hubiera realizado.
Ahora ya estábamos en situación de dar el siguiente paso.
Los tres primeros años que había pasado aquí con el objetivo de crear una explotación piloto de unos mil metros cuadrados que fuera reproducible para los agricultores locales, con los requisitos mínimos para que contuviera una huerta explotada convenientemente, habían acabado mal. El desastre de las fresas había cerrado para mí cualquier posibilidad de seguir por ese camino y sería ello en definitiva lo que me acabaría abocando a transformar nuestra granja en un pequeño lugar de acogida de viajeros. Parada y fonda.
Pero esa es otra historia que no viene a cuento. Por ahora...
Era obvio que en este país se realizaba mayoritariamente una agricultura anclada en el neolítico o aledaños: quemar los rastrojos antes de las lluvias, esperar que cayeran las primeras gotas, sembrar mijo, cacahuete o maíz, esperar tres meses, recoger y poco menos que sentarse debajo el mango a que fuera necesario de nuevo quemar los rastrojos de la cosecha anterior antes de que cayeran las primeras gotas de la siguiente temporada.
Habían funcionado así desde hace cientos de años. La generosidad de la naturaleza en estas tierras , la abundancia de agua en la época húmeda y las pocas exigencias de una vida tranquila y feliz basada en una economía de supervivencia han hecho a estos pueblos acomodaticios a una situación que los tiempos modernos amenazan con hacer crujir desde sus cimientos: las lluvias se acortan generación a generación, especialmente en la última mitad del siglo pasado, la tierra destinada a la explotación intensiva que practican va agotando sus recursos al no devolvérsele una parte de los nutrientes que se le extraen y sobre todo ha llegado el dinero y las repercusiones de un mundo globalizado, y han llegado los ecos de un mundo ajeno a ellos, un sociedad de abundancia, de cantidad de cosas y cacharritos, y las necesidades se han multiplicado, por mor de la televisión y de los embajadores de ese lejano mundo: los blancos. Los precios de los cereales que cultivan no progresan en la misma medida que los precios de los productos importados que son casi todos y que hay que adquirir, la producción que obtienen, cada vez más magra, y las nuevas necesidades no dan para seguir el ritmo. Este tipo de agricultura ha dejado de ser para ellos medio suficiente para sobrevivir . Así pues, la gente joven, siguiendo las pautas de este mundo-aldea no encuentra atractivo en seguir el camino de sus padres porque lo que se requiere y cada vez más es dinero para comprar y consumir , y no pueden plantearse un horizonte de supervivencia a costa de un trabajo cada día más parco de resultados y menos atractivo.
La ausencia de puestos de trabajo remunerados, la falta generalizada de preparación académica y profesional y de medios para adquirirla cierran un círculo infernal. Y la imparable penetración de la sociedad de consumo en los hábitos de los jóvenes conforman un cuadro generador de un lumpen que nada tiene ya que ver con la sociedad de sus mayores.
Pero la tierra está ahí, asentada sobre un mar de agua purísima a tan solo 10 metros de la superficie en la mayoría de los casos , sigue siendo la única salida factible para una gran parte de la sociedad.
Hay inconvenientes que se deben saltar para viajar de la agricultura del neolítico a la del siglo XXI. Inconvenientes objetivos e inconvenientes mentales.
Esta tierra ha sido , dentro de esos parámetros de supervivencia ancestrales, extraordinariamente generosa. Y a ello se han acomodado bien. Y es bien sabido que cambiar los hábitos de un agricultor no es cosa fácil.
Si hay agua, y un pozo local puede ser construido por cualquier familia con relativo esfuerzo y un gasto asumible, el asunto se reduce básicamente a cercar el terreno para que el ganado suelto no impida llegar al final de la cosecha, y sobre todo reducir la radiación solar que puede abrasar absolutamente todo lo que se plante durante la época seca.
Durante el tiempo que anduve haciendo pruebas para entender las posibilidades y dificultades de hacer operativa una huerta de mil metros cuadrados que podía proporcionar al agricultor local más beneficio que las hectáreas dedicadas en la época de lluvias al mijo y al maíz, y sobre todo una gama de nutrientes rica como solo la verdura puede aportar y con ello mejorar sustancialmente la dieta de la familia y especialmente de los más pequeños alimentados a base de arroz blanco desde que los destetan, sobre cuyas carencias hace estragos la anemia y sobre ella la malaria y cualquier otro latigazo de estas tierras...durante esos años explicaba a los trabajadores de la granja, todos ellos agricultores de época lluviosa, que el sombreado que yo aplicaba con una malla de plástico era factible de obtener de manera similar con materiales sin coste como serían puntales de madera cortados de los manglares del río para hacer la estructura de soporte de un entramado superior que debía ser cubierto con hojas de palmas, de cocoteros o de cualquier otro material filamentoso que matizara el impacto del sol sobre las plantas.
A pesar de que esos agricultores veían crecer unas tomateras hasta dos metros y más, que no las habían visto en su vida, ninguno de ellos se animó lo suficiente como para intentarlo por sí mismo.
Simplemente no me lo podía creer.
Desde que vi la respuesta de esos chicos ante esa sugerencia, empecé a soñar que más allá del impulso inicial que pretendía que esa comunidad pudiera enriquecer su dieta y ser más autosuficiente, acabábamos de abrir una puerta, tal vez la más prometedora para cambiar muchas cosas en el presente y en el futuro de esa escuela. Y en el de los chavales.
Más aún, comprendí que si la experiencia salía bien, esos chicos iban a ser los artífices de que a la vista de los resultados , la aldea de Kergalo iba a contagiarse de la experiencia. Íbamos a mejorar la nutrición de una aldea entera. Íbamos a mejorar sus ingresos, íbamos en definitiva a cambiar el futuro de las nuevas generaciones. Íbamos a saltar del neolítico a la modernidad. Íbamos a darle fuego a la resignación, a la molicie que yo tan bien conocía en las caras escépticas de mis trabajadores, a los que no lograba mover ni un pelo. Íbamos a dar candela , y de la buena.
Acostumbrado a soñar quimeras, pensé que si lo lográbamos , esa experiencia en la aldea podía ser el epicentro de un terremoto que sacudiera la comarca, y tal vez, tal vez, más allá...
Esos chicos, unos de Senegal, otros de Guinea, otros de Sierra Leona, gambianos muchos, tenían que aprender a trabajar la tierra de otra manera, y cuando acabaran sus estudios de árabe y Corán en la escuela de Kergalo, iban a llevarse en su hatillo algo más que el Sagrado Corán: podían llevarse consigo un mensaje de esperanza para ellos y para sus familias.
Estos chicos de Kergalo, con sus más mayores a la cabeza que se reían divertidos cuando al areganles que tenían que construir pronto el sombreado porque si no los iba a correr a cachetes, una vez más habían reaccionado con un entusiasmo inhabitual.
Cuando muchas mañanas , camino de Barra en coche , veía por el lateral de la carretera que corre paralela a las marismas que forma el río cerca de la aldea a un enanillo de ocho años o así, caminando encorvado y llevando sobre su cabeza un montón de hojas de palmera, que apenas podía abarcar con sus brazos , pensaba que con esos guerreros podíamos cambiar el mundo, que lo estábamos haciendo, que la ilusión de unos niños y unos adolescentes por verse el centro de atención y afecto de unos blancos que aparecían por allá a ocuparse un poco de ellos, estaba levantando unas perspectivas impensables hacía poco.
Y es que el amor, pensaba es capaz de cambiarlo todo.
4 comentarios:
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Carai. Qué susto. Ya pensaba que con el comentario anterior se habia escarallao la pagina.
Ahmed. Avez vous One mail.
Sidi Ahmed.
Una vez oí decir que lo mejor que Occidente podía hacer por los pueblos de Africa, no era darles comida, sino enseñarles a producir sus alimentos; no darles trabajo, sino enseñarles a trabajar en sus propias tierras, industrias, etc., ayudándoles a construirlas, ayudarles a combatir la sequía utilizando sus abundantes recursos y un sin fín de cosas que estos pueblos desconocen precisamente porque nadie se ocupó nunca de ellos, salvo para utilizarlos y esclavizarlos robando sus riquezas.
Tenéis por delante un enorme trabajo, pero una gran labor a la postre.
Animo amigos.
Un abrazo
Querido Javem, es o debería ser exactamente así. Por ello nos hemos propuesto con estos vecinos no ya solo unos objetivos sino también una forma de llegar a ellos: su participación. Por supuesto que aquel que en el día de hoy pasa hambre , la cual no espera a que llegue el momento de la cosecha para apretar el estómago, hay que darle ya una solución. Pero una vez solventado ese asunto, hay que ponerse a trabajar para que esa situación no vuelva a pasar y que por ellos mismos solucionen los problemas, echándoles una mano.
Un día , mientras les explicaba a los chavales en esa huertecita que ves en las fotos, lo que íbamos a hacer, uno de ellos, de los más mayorcitos me dijo que ellos necesitaban aprender cosas para luchar por la vida y que estaban dispuestos a hacerlo. Todos los demás asentían las palabras de su compañero.
Africa no necesita noñerías, necesita justicia y a quien lo que busca es , no que se les enseñe a trabajar, y medios y a hacer las cosas de otra manera, echándole una mano, sino que lo que quiere es el dinero fácil soltado por los blancos, para después hacer de su capa un sayo...que les den pero por donde más duele...
La reacción de estos chavales, que parecen tener una educación diferente y por tanto unas actitudes diferentes, me han sorprendido desde el primer día. Es un gozo ver su ilusión y como se lanzan por el agujero de una nueva oportunidad.
Si esta experiencia del semisombreado con materiales locales sin costo sale bien, será un ejemplo para mucha gente, pues la cosecha será bastante diferente.
Un abrazo amigo Javem.
Ahmed
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