jueves, 10 de junio de 2010

LOS NIÑOS DE KERRGALLO (LXIX). Ya están aquí


Es normal que se presenten de noche.

Como en otras ocasiones me despertaron los ruidos. Un par de puertas que golpeaban rítmicamente y las enormes copas de las caobas y los neems sacudidas de una parte a otra y produciendo un enjambre de silbidos como melenas de gigantes al viento. El escenario se había vuelto negro. Tras las ventanas , la noche se hizo impenetrable. Los perfiles habituados a las sombras han sido tragados literalmente por algo que está rugiendo a una cierta distancia y cuya creciente intensidad anuncia que viene a nuestro encuentro. Nada puede verse . Nada. Tan solo al estallar el siguiente rayo, percibo flaseada la copa del neem que hay frente a mi ventana agitándose de un lado a otro, como prisionero recién cazado que tratara de liberarse de sus captores que tan solo le dejaron la cabeza en libertad.

El traqueteo de puertas y ventana es una señal de alarma. Mientras me apresuro a ponerme los pantalones trato de identificar la procedencia de los ruidos, antes de que el viento se vuelva vendaval y empiece a dar mandobles como un gigante cegado y enloquecido. Hay que fijar las escotas y rezar para que la cosa pase sin daño.

En la primera de la temporada nos puede sorprender. Cualquier cosa que no haya quedado sujeta , algo falto de firme y ca-ta-crack, a la mañana percibiremos la magnitud del daño. Hace dos años fue el techo completo del taller. Más de cien metros cuadrados de chapa con su pesada estructura de madera. Se oyó un descosido monstruoso que desgarró la noche. El techo entero voló cerca de cincuenta metros, un buen tonelaje arrancado como quien arranca una hoja de papel , la arruga y se lanza por encima del edificio hasta dar contra la torre que remonta la cocina.



Hace cinco años , en nuestro primer bautizo de estas aguas, el vendaval tumbó casi treinta metros de muro. Un zumbido seco y sordo al caer contra la tierra, y un perfil aclarado en el horizonte a la luz de los rayos me dijo en la oscuridad de una noche rasgada de agua que aquel muro ya no existía.

La noche africana está pintada de estrellas. Un cielo siempre despejado durante la seca hace de la cúpula celeste un continúo motivo de pasmo. Bajo ella se ribetea el perfil de las sombras que delinean el horizonte de la sabana, de los grandes árboles, de los techos empajados de las casas Sombras que nos sumergen y estrellas que nos contemplan mientras sostenemos impotentes una lámpara de keroseno que nos da para ver que no pisamos una cobra en la oscuridad. Teatro chino donde la magnitud del firmamento es el eterno protagonista que se luce majestuoso ante un público minúsculo tragado por la oscuridad. Ruidos de la noche, pájaros con el horario del revés y coro de grillos sedantes, para adornar un silencio que hipnotiza.

El viento y la lluvia de estas latitudes gusta de entrar en ese escenario mágico como un elefante descomunal que surgiera del bosque para  someter todo lo existente con un barrito arrojado para congelar el alma.

Todas las lucecitas del cielo apagadas, la noche negra de alquitrán y el oído atento a los zurriagazos del viento.

Cuando el gran elefante ha pasado, el agua llega y con ella el viento se modera, como se calma el viento de las horas de amanecida en el mar cuando el sol surge en el horizonte .

El ariete ha pasado misericorde sobre nuestras cabezas y el sonido de la lluvia solapado al de las aspas del ventilador me devuelve a una calma profunda. Acostumbrado a su meceo vuelvo a recordarla como una vieja compañera ausente de nuestras noches por tantos meses que vuelve . Las noches con agua, pasadas sus mala maneras de presentarse, dejan en la memoria una huella especial. Quizá por la tensión que la precede y la altura de su climax hace su cadencia monótona un bálsamo que adormece.



Por la mañana y quizá para compensar los desasosiegos de la noche nos habrá dejado un magnífico regalo: barridas del polvo acumulado por meses , las hojas de los árboles, sus ramas y troncos, las plantas y la flores se habrán pintado de nuevas con todos los tonos del verde para decirnos que la tierra se ha preñado de vida y se viste de viernes para asistir al alumbramiento. Doblegado el polvo que por fin hinca la rodilla en tierra para dar fin a su señorío, la tierra y todo lo que sobre ella se posa habrá recuperado los más vivos de sus colores, y el aire se empieza a poblar de animalillos que han salido de sus lugares de espera , arañitas de todos los colores, mariposas de todos los tamaños y tonalidades, libélulas y todo tipo de voladores, y los pájaros de todo trino y color,  como niños salidos del colegio el último día de curso. La vida despierta y la tierra se sacude el resecón.



El aire limpio parece pintar el cielo de un azul diferente, magnificado por los contrastes de esas nubes que ya no nos dejarán en cuatro meses, con todos las tonalidades entre el blanco de algodón y las negruras más inquietantes. Es un cielo nuevo , una luz diferente a la cegadora que nos ha precedido por largo tiempo. Evidente por sí misma hasta la extenuación, completa su despliegue en las cosas iluminadas. Ahora es una luz que vive en los colores, que cede su protagonismo a la realidad que ilumina, consciente de la majestuosidad del milagro que el agua anuncia: la vida vuelve a irradiar desde la tierra yerma. Dios renueva el pacto con su creación.

Si bien se dice por estas tierras que si no fuera por los animales y las plantas, El Que Recrea la Vida no enviaría ni una gota más. Paradójica lucidez de un hombre sabedor que Él se impuso a Sí mismo la Ley de la Misericordia, sellando que ésta prevaleciera sobre Su Justicia.

Un año más para contemplar lo inefable, repetido milenariamente para señal del hombre que reflexiona.

Majestuosidad y Belleza. La primera la precede como signo de poder para dejarnos más tarde sumidos en el pasmo de la perfección hecha de generosidad y hermosura. Invitación al Ser Humano a que asuma su centralidad capaz de brillar en medio de las luces inagotables de un firmamento terrestre reflejo de la inmensidad de los fuegos que brillan en lo alto. El agua desciende y el cielo se hace tierra.

Las lluvias ya están aquí.

4 comentarios:

alfredo dijo...

Maravillosa descripción de la primera tormenta tropical. La primera fase de viento, la segunda de lluvia, la mañana con nuevos colores. Una maravillosa descripción, si señor.

Ahmed dijo...

Se te saluda amigo Alfredo...espero todo te vaya bien. Un abrazo

Flor dijo...

Hola Gustavo. Gracias por compartir.
Esperaba este escrito.
Estoy enganchada a la Papaya como mi madre a las telenovelas de la tarde.

Ahmed dijo...

Querida Flor, vaya responsabilidad me echas encima...lamento no ser tan prolífico e imaginativo como la telenovela de la tarde...glupsss¡