miércoles, 23 de junio de 2010

LOS NIÑOS DE KERRGALLO (LXXIII). La Historia de Ibrahim




Los griegos decían que el hombre superior va en pos de la virtud, el hombre inferior busca la comodidad.

Por eso los héroes de la mitología griega eran hijos de los hombres y los dioses, porque al encarnar la virtud representaban la dimensión divina latente en el ser humano.


                                                         *

Hace semanas que al caer las primeras lluvias los niños y los hombres, los burros, los toros y los caballos arrastrando aperos de labranza,  empezaron a ocupar la sabana para trabajar los campos. Con su presencia,  los monos patas abandonan ese escenario por el que corretearon impunemente durante la época seca. Hasta que una vez crecidos el mijo y el maiz, incursionen de nuevo en razzias devastadoras buscando alimento.

Durante ese periodo al que los nubarrones echaron el telón, tan solo los campos de cassaba, tubérculo de secano, daban cuartel a las grandes manadas de simios. Por esa razón Ibrahim se hizo parte del paisaje en la plantación de su tío.

En la américa latina le llaman yuca, y en Cuba a su harina horneada hecha masa le dicen  casabe. Nombre y pericia culinaria heredada de los antiguos esclavos negros que amalgamarían con su sangre las fortunas de las colonias.

Había percibido hacía meses la presencia del muchacho en aquel campo cercado con tela metálica, poco después de iniciarse la estación seca. Casi cada tarde que iba a Kerrgallo veía su figura en aquel  campo de cassaba que linda con la veredita que lleva a la aldea. Tan solo era un niño más en las labores del campo, pensé entonces. Sería después cuando al descubrir a menudo la figura de un niño blanco junto a él que la cosa reclamó más mi atención, pues era evidente que aquel tubab de corta estatura y siempre armado con un palo era el menor de mis hijos.

“Así es, ahora Yahia tiene un nuevo amigo, y parece que es un amigo diferente, un amigo que se comporta con él con normalidad” me dijo su madre. “Se llama Ibrahim”.

Fue a través de las cosas que contaba mi hijo y luego me decían sus hermanos y su madre, que conocí esta historia.  Historia que primero me sorprendería, y luego de abrir mucho los ojos me llenó de satisfacción y esperanza.



En realidad el padre del blanco era tan  apegado a la reflexión como desafecto a la ñoñería como método de aproximación a la realidad , y aquella historia le venía de perlas para encajar mejor ésa que le circundaba.

“Pero hombre, Yahia, si es que es una historia muy bonita, que además es la parte luminosa de la infancia de este país, aleccionadora para todos, especialmente para los que la pueden leer, para los blancos. La historia existente de una infancia que no se cuenta

“Que no y que no ¡ que no quiero que cuentes nada en tu blog de mi vida privada ¡. Luego vendrán los turistas y querrán ir a conocerlo y sacarle fotos y me harán preguntas a mí. Que no¡¡. No os pienso contar nada más¡¡”

“Te prometo que escribiré que no deben hablarte de Ibrahima ni preguntarte por tus cosas.  Te lo prometo¡¡”

“¡Já¡ y yo que me lo voy a creer¡¡”

“Además esperaré a hacerlo cuando las lluvias hayan llegado y ya nadie pueda señalarlo cuando vayamos a Kerrgallo”

                                                            *

Desde muy temprano que llegamos aquí, Yahia , como nos acostumbramos a llamarle en Túnez en la versión árabe de su nombre Juan, se echó a los campos y no hubo intimidación de sabor local que lo recluyera tras los muros de la granja. Ni pequeños ni grandes han podido con él. Al pequeño era difícil acongojarlo y le plantaba cara a quien fuera, de manera que no solo se convirtió en parte del paisaje circundante de la sabana sino que su aventura hizo de él un chaval independiente y fuerte. De armas tomar. Como las que calzaba él cuando salía más allá de los lindes de la finca.

Su perseverancia le llevó a hacerse los amigos entre los niños fulas que  se encargan de las tareas del campo. Y con ellos aprendió su idioma.

Ibrahima también era fula. Pero fue para Yahia un amigo diferente. Él era un niño diferente, por eso fue un verdadero amigo .

Se pasaban las tardes hablando de cosas y jugando alrededor de la plantación de yuca a la que todas las tardes, después de las tres, Ibrahima acudía para que los monos no la destrozasen, hasta que el sol anunciara que los “patas” habían dejado de ser una amenaza y estaban ya recogiéndose en lo alto de las grandes y seguras caobas esparcidas por  la sabana. Entonces Ibrahima acababa su trabajo de vigilante, recogía sus cuadernos de estudiante y volvía a su aldea de Sinchu Aliu.

Al acabar la escuela por la mañana y tras comer,  recorría cada tarde los dos kilómetros que separaban su aldea de la plantación para cuidar el campo de su tío.

Por  la mañana hacía a pie los otros dos kilómetros que le llevaban a  la población cercana de Mbolet en donde seguía el último curso de Primaria. El próximo año Ibrahim iría a Essau, a 5 kilómetros de su aldea para iniciar el ciclo de Secundaría. Nada deseaba más que poder estudiar.

Tan solo necesitaba reunir el dinero para pagarse el primer curso de secundaria y a ser posible una bicicleta que le ayudara a recorrer la distancia que le separaba de su tan ansiada escuela.

El próximo año iría a la escuela de los mayores¡¡¡ donde de verdad empezaba la historia: la Escuela Secundaria.

Después de la cosecha de la cassaba, y cuando su tío la hubiera vendido, él recibiría la parte prometida para comprar y pagar todo lo que necesitaba.

 Ibrahim tenía 13 años, y en las  conversaciones con su nuevo amigo blanco los estudios y su ilusión de futuro era tema asiduo.

Un día obsequió a Yahia con algo hecho con afecto y sin pedirle nada a cambio.

“Toma Yahia ¡ es el bastón que nos dan a los chicos en la ceremonia de la circuncisión”

De la recta vara de cerca de 75 centímetros había sido desprendida una tira de su corteza,  de un par de centímetros de ancha, ascendente de manera ininterrumpida desde un extremo al otro, como si se mondara una naranja dejando una franja similar y paralela de la corteza de la vara. Como los antiguos cilindros símbolo de la barberías. Dos espirales ascendentes. O descendentes, según como se mirarse. La vara a continuación se chamuscaba al fuego, de manera que allá donde había sido desprendida la corteza quedaba quemada y por tanto ennegrecida. De tal guisa que al desprender la espiral que no había sido extraída anteriormente, aparecía bajo ella la blancura lechosa del palo contrastando con el negro impreso a fuego. Un trabajo precioso. “Dos espirales paralelas ascendentes de dos colores que significan la metamorfosis de niño a hombre”, quise imaginarme buscando su significado, que al imprimirle un movimiento giratorio producía el efecto hipnótico del dinamismo centrífugo hacia arriba o centrípeto al contrario, según se imprimiera la rotación hacia la izquierda o la derecha.

Ibrahima debía saber que se encontraba en un momento trascendente de su vida. Iba a ir a la Secundaria, en donde realmente aprendería muchas cosas ¡¡

Lo debió de tener claro desde hacía tiempo pues anduvo pagándose sus estudios en la escuela primaria desde años atrás. Cualquier pequeño trabajillo que le permitiera pagar cada trimestre los 5 dalasis que le costaba la escuela.

 Si Ibrahim hubiera nacido niña la escuela Primaria, y hasta la Secundaria hubieran sido gratuitas para él ¡

Para él la vida debía ser como el tiempo aquí: unas veces nublado y lluvia, otras mucho sol y secarral. Así eran las cosas, y nada de ello producía en él un desasosiego especial. La vida estaba llena de dificultades y de bendiciones, y el africano de esta parte del continente, tal vez de todo él, capeaba el temporal como podía y disfrutaba de las pequeñas cosas cuando podía. Luego,  cada cual escogía su camino, en el marco de sus condicionantes. Estaba claro que este muchacho de 13 años había hecho su elección : luchar.

“Ellas no pagan la escuela Primaria ni la Secundaria, el Presidente lleva gratis al colegio a todas las niñas que quieren ir. Es gratis para ellas hasta los 19 años”

“Pues yo creo que en España las niñas pagan igual que los chicos, o no pagan ninguno..no lo se”

“Aquí no. Los niños pagamos y las niñas no. Ves? La familia de Aliu  son un montón de hermanos y hermanas. Todos los chicos trabajan los campos y todas las chicas van a la escuela. Porque no pagan”

“¿y por qué las niñas no pagan?”

“Yo no sé de esas cosas, dicen que es por ayudarlas, para que no se casen tan jóvenes”


Ibrahima se pagaba con sus trabajillos su derecho a estudiar por 5 dalasis al trimestre y a menudo le llegaba para entregar en la escuela el dalasi diario que debía abonar si quería tener derecho al almuerzo de plato de arroz, judías o a veces bocata que repartían en la escuela a media mañana.

“Si quieres te hago un tirachinas como el mío, así si los chicos del campo te ven con él, no se meterán contigo. Solo me tienes que dar el dinero para comprar la goma y yo te lo haré” le propuso el niño negro.

“Vale. Pero si me estafas te pegaré” dijo el niño blanco.

Ibrahima le hizo un tirachinas fuerte y precioso, y tan solo le había pedido el precio que realmente costaba la goma: 15 dalasis. Nada por el trabajo. Fue otro regalo. Y Yahia no se lo podía creer. De verdad que aquel niño era diferente, se estaba convirtiendo en su más mejor amigo.

Ahora los dos llevaban tirachinas y nadie se metía con ellos. “Lo mejor, le recomendó su nuevo amigo, es ir armado de un tirachinas, así te respetarán

“Vosotros los blancos matáis a los negros” le dijo un día un joven lo bastante talludito como para haberse ya casado.


“Y tú no estás bien de la cabeza, Aliu” le contestó el blanco desde su estatura.

Desde luego , el pequeño, había tenido años para captar la realidad y estar en situación de esquivar las agresiones que cumplían la función intimidadora que acompaña al intento de obtener la preeminencia que se saldaba siempre con el cobro de tasas territoriales, de una u otra manera...

Aún recuerdo la primera vez, hace cinco años, que pasé a esta parte del río con la intención de conocer el famoso poblado de Kunta Kinteh, Albreda.

Llevaba el coche de un buen amigo que durante 7 años  había hecho trabajos para mí cuando vivíamos en España. Me había alquilado un desvencijado coche  llegado de Mataró al mismo precio que me hubiera costado hacerlo en Barcelona, en el Paseo de Gracia,  a la agencia Hertz.

 Como desconocía el camino al poblado del famoso Kunta, me paré a la salida del portalón que conduce al Ferry, e inmediatamente rodeado por un enjambre de chiquillos y jóvenes, pregunté quien me podría guiar hasta allá. Pronto se ofreció un joven que con el paso del tiempo, una vez instalado en esta parte del mundo, descubriría que era un personaje fijo en la variopinta fauna que medra en los alrededores del Ferry y que porfían por cualquier servicio que pueda hacerse; cambiar unos euros, vender unas cervezas frescas, unas cajas de lapiceros para entregar en las aldeas, presentarte a su hermana u ofrecerse a dormir contigo.

Los africanos que no buscan el tintineo de las monedas del blanco los llaman con cierto desprecio “bonsas”, son  los que siguen a los blancos y tratan de vivir de ellos. 

Ciertamente mi nuevo guía tenía las trazas de ser un joven preparado y muy despierto, un personaje con quien  meses después, como decía,   instalado ya en esta parte, habrían de acabar mal las cosas cuando habiendo yo establecido un contacto en el mercado negro para cambiar los euros, un día se interpuso de malas maneras entre mi “dealer” y yo para , encarándose a él, imprecarle que “el blanco “era suyo” porque con él era con quien por primera vez había establecido contacto”. “He’s my chance¡¡¡” le decía. Lo gracioso es que a Suleiman jamás le di otro servicio que el de fugaz guía por un día.

 El blanco se miró las canillas del pantalón para ver si la  húmeda sensación que le envolvía de ser farola marcada urinariamente por perro era real o figurada. Tras lo cual decidió explicarle al interfecto que la decisión de cambiar los euros con uno u otro era una cuestión sexual y por tanto estrictamente privada .

 Mientras el jovencito sorprendido trataba de comprender donde estaba el sexo en aquel negocio, el hombre se lo explicó agarrándolo suavemente por la pechera a la vez que  le susurraba que él  contrataba los servicios de quien le salía de las pelotas. Y que a cazar , al bosque.

 Suleiman, que así se llamaba quien fuera mi primer y último guía en África se marchó abriéndose paso entre el tumulto de gente que a esas alturas se había reunido en torno nuestra al reclamo de los gritos y los empellones,  gritando ,mientras giraba la cabeza hacia mí, y señalándome con el dedo “You are a killer, you are a killer¡¡” Le faltó añadir que era un matador de negros...para que quedase clara la sentencia, pero eso era obvio .

Debía de ser eso mismo lo que pensara Aliu, el vecino fula, cuando le dijera recientemente , sin venir a cuento,  al más pequeño de mis hijos mientras paseaban por la sabana: “Vosotros los blancos matáis negros¡¡”

Y debió ser eso mismo, ese mismo truco de colocar al blanco en situación psicológica de pagar cash las culpas ancestrales de la esclavitud , cuando al poco de iniciada la ruta hacia Albreda con mi guía Suleiman, y al mencionar yo la historia de Kunta Kinteh, el colega sentado a mi lado, y con una actitud que una vez posteriormente reflexionada la escena comprendí era perfectamente estudiada, dijera con la vista perdida en el horizonte “Cuando pienso en eso (en la esclavitud) me entran ganas de matar”.

La frase dejó al hombre impactado y meditabundo mientras trataba de dilucidar si aquello era una amenaza o el truco de un tipo con el que habría de compartir  unas cuantas horas de viaje hacia no sabía dónde. La cosa no era para menos,  dadas las circunstancias.

No le  costó mucho comprender que no había amenaza ninguna, sino burda impericia comercial de un aprendiz de guía que apostaba fuerte, interesado en  hacer aflorar un sentimiento de culpa o de lástima que le eran totalmente ajenos y por si se le ocurría al blanco que aflojar la bolsa era lo mismo que calmar las supuestas  necesidades de matar del negro o el supuesto complejo de culpa del blanco . El aprendiz no había descubierto todavía que al blanco se le cazaba mejor poniéndose la carita de bueno que no la de justiciero racial. O quizá había sido seducido por  Malcon X en su primera etapa racial antes de llegar a comprender integralmente el Islam, por lo que tal vez  a Suleiman no le gustaba jugar el papel del negrito bueno, el “negrito de la casa” que definiera  el líder afro americano y con el cual  se mostraba inmisericorde. Pero al blanco , comprender la razón final del arranque del guía  le llevó el suficiente tiempo para no reaccionar tan a bote pronto como años después lo haría el pequeño de sus hijos, habiéndosele quedado aquella ocasión por perdida para explicarle a Suleiman, que los canallas de los clientes blancos, los armadores y  financieros hebreos y los brokers árabes que se beneficiaron del esclavismo, lo pudieron hacer porque dieron fácilmente con la pieza fundamental del negocio: aquellos que estuvieran dispuestos, por dinero o por lo que fuera, a dar caza a sus vecinos de distinta tribu  para venderlos a los blancos,  los cuales jamás abandonaban la orilla mientras esperaban que les trajeran las reatas de seres humanos cazados en el territorio  de al lado . Debía de ser , una vez más “their chance”. Su oportunidad, su suerte. La oportunidad que casi siempre  traen  los blancos.

Pero esa es una parte miserable de la historia de aquella infamia que al pasar de puntillas sobre ella hace perdurar para todos,  con diferentes secuelas,  el estigma dejado por la barbarie del racismo aplicado por africanos y blancos sobre unas víctimas que ciertamente todas  tenían en común el color negro de su piel .

Tragedia que habría de dejar en el hombre de este continente, sin fácil solución de punto medio, la alternativa de víctima o victimario. De esclavo u opresor. Relaciones de fuerza que hoy día contaminan todas las relaciones humanas en estas tierras, pudiéndose pasar en cuestión de minutos, de martillo a felpudo y vicecersa, dependiendo de la categoría de la respuesta recibida ante un órdago tendente a someterte o ante la simple posibilidad de cambiar las reglas del juego según se necesite algo que tu tienes. De la correlación de fuerzas, en suma.

Estigma que habría de dar al arte de la caza, al camuflaje y la trampa, un papel excesivamente preponderante en las relaciones de los miembros de una especie que fueron definidos como lobos para sus semejantes.

                                                                 *



A Ibrahima no debieron de educarle en esa historia, y le debieron explicar que tan solo dependía de su capacidad de lucha y de su superación personal, el que saliera o no adelante. Su lucha contra las dificultades debía convertirse en una lucha consigo mismo, que le hiciera edificarse en dignidad.

 Ibrahima había decidido luchar con las dificultades, se había pagado su escuela Primaria y ahora , durante toda la temporada seca que precedía su ingreso en Secundaria, trabajaba por las tardes como vigilante para obtener de su tío el pago de sus derechos escolares y la bicicleta que le llevaría a Essau cada día, a cinco kilómetros de sus aldea. Todo ello ascendía para ese muchacho de casi 14 años a cerca de 2000 dalasis, algo más de 50 €,  incluido la bici y el uniforme que se llevarían el 40% del total.

Ibrahima era diferente y marcaba la pauta y la puerta de salida. Una vez más en la educación entendida no tan solo como conjunto de conocimientos técnicos , sino también como valores de formación humana debía de estar la clave. Alguien había educado diferentemente a ese huérfano “virtual”.

Sinchu Aliu,  su aldea, distaba un kilómetro y poco más de la granja del blanco que se encontraba  a medio camino entre la aldea de Ibrahima y la plantación de cassaba. Su aldea no la componían más de cinco familias fula, y en la suya , como en todas ellas, el abuelo era la cabeza y la jefatura.

El abuelo del muchachito había tenido que ser alguien muy importante para un niño que se había criado sin padres. Su madre, casada joven como todas las africanas había traído a su nuevo esposo al hogar paterno en donde instalaron su propia choza. Las cosas no fueron bien entre ellos, y habría de ser el abuelo de Ibrahim desde su experiencia y autoridad quien aconsejara a su hija y a su yerno que si no se podían arreglar los problemas, debían divorciarse. Ibrahim era muy pequeño cuando sus padres tomaron esa decisión.

A diferencia de las culturas modernas, el papel de la gran familia constituye una gran ayuda,  una protección y una guía. La autoridad y sabiduría de los mayores está presente para impedir que algo torcido llegue a generar un grave problema. Para poner orden y contener unas individualidades que de ninguna manera pueden romper la cadena de transmisión de la vida, pues ello sería para el africano un boleto premiado al aislamiento, y por tanto una manera como otra cualquiera de suicidarse.

Sorprende que en esta cultura que otorga a la familia el papel central de la existencia, sea por otra parte tan fácil y tan aceptado socialmente acceder al divorcio. “Una de las cosas que más desagradan a Dios es el divorcio, pero si no pueden reconciliarse los esposos, hay siempre una solución, pues Al.lah es Misericordioso” me dijo un día el abuelo, Baba Bah, que se había formado en una escuela coránica y era considerado un Sheij, un hombre religioso, un hombre  de sabiduría.

Cuando su madre volvió a casarse , ella marchó a Senegal, a casa de su nuevo marido y no quiso sacar del ambiente familiar al pequeño Ibrahim y conducirlo lejos del hogar,  a un nuevo ambiente y país. Por  entonces tendría cuatro años. Su padre hacía tiempo que había marchado. Y el niño quedó al cuidado de la familia, al cuidado de la gran familia con la mayor naturalidad. Cuya existencia y función impiden en estas culturas la existencia de niños huérfanos o abandonados.

En Cabo Verde, en Brasil , en Guatemala, tal vez en nuestro país, en muchos otros rincones del mundo probablemente este niño habría acabado siendo uno de los niños de la calle, abandonado a su suerte, en un orfanato, o entregado a la mendicidad o a cosas peores.

 En Gambia, sobre todo en la Gambia rural, aún existe la familia, la cual comparte en su conjunto con  los progenitores la “paternidad” de los pequeños. Por eso cuando llegas aquí alguien te sorprende tarde o temprano al presentarte a más de una persona como “su padre” o “su madre”, y es que padres son todos aquellos miembros varones de la familia, desde los tíos paternos y maternos, hasta los primos mayores. Y madres todas las figuras femeninas adultas. La familia con ese sentido colectivo que aplica el amparo a cualquier miembro, acepta con continuidad y sin discriminación a uno de los suyos que pierde a los padres. Por eso los   huérfanos  no han sido nunca niños abandonados en estas sociedades, mientras eran sus culturas y tradiciones las que  conducían integralmente sus vidas.

Recuerdo cuando el Comité Olímpico de Kerrgallo hizo salir para entregarles sus medallas a las esposas del profesor y de su hermano: los niños y niñas se pusieron en pié y con más entusiasmo y honor del que hubieran a nadie otorgado en la entrega de medallas, y  mientras batían rítmicamente las palmas, gritaban en árabe “madres, madres , madres¡¡”
    
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El próximo curso Ibrahim empezará la Escuela Secundaria.

Tan solo contemplando el secreto del palo de la ceremonia de la circuncisión había descubierto que estaba en su mano escoger el movimiento de rotación que subía y subía, o por el contrario aquel que se perdía en dirección allá donde tenía anclado los pies.

Hoy cuando paso por el campo de cassabas caminito de Kerrgalo ya no le veo entre las altas matas de yuca, pero percibo que sobre aquellas tierras un muchachito de a penas 13 años ha dejado un rastro de luz. Un halo de esperanza de un hombre desembarazado de sus ataduras ancestrales  que se vuelve hacia sí mismo y emerge digno como hombre libre, dueño de su destino.


El muchacho había decidido volar.

“Vuela Ibrahim, vuela que arrastras en tus alas la dignidad de tu pueblo¡¡ que no te atrapen los fantasmas del pasado, que en tus manos guardas el secreto de la libertad ¡¡ It’s your chance¡¡”