viernes, 19 de noviembre de 2010

LA GRANJA (III). La visita de Satanás.



“La Granja” será el título de un libro que terminaremos con la ayuda de Dios un día. Un relato mezcla de ficción y de realidad que recoge las diferentes experiencias pasadas en nuestra estancia en este país africano. De alguna manera es nuestra historia, la mía, la de los niños de Kerrgallo y la de todos nosotros.

 No solo será un libro de relatos.  Es una reflexión sobre la condición humana a través del devenir de unas historias cruzadas, sobre el nivel de degradación de la sociedad contemporánea, el agotamiento de un modo de vida expresado en el clamor de unos viajeros que hacen de la terraza de La Granja un taller de alquimia, una playa de arribada de náufragos de una vida que carece de los requisitos para aportar la paz y la plenitud al ser humano, en  contraste con la  perspectiva  opuesta que ofrece  un mundo apartado del festín del Sistema. Una historia preñada de fe: el renacimiento de una esperanza a través precisamente de las claves que se revelan en la  relación con esos niños de la explanada. La historia de solidaridad expresada en un blog, se constituye en el eje de toda ella.

La carencia material que no impide la felicidad de unos niños frente a la desazón de un mundo repleto de accesorios que busca a tientas la manera de sentirse útil, de encontrar sentido a la vida. El hombre en busca de sí mismo.

Los niños de Kerrgallo, las conversaciones de la terraza de La Granja, la lucha contra la corrupción como una opción personal para no perder la batalla decisiva, la interior, las dificultades de abrirse camino sin aceptar las reglas del juego ...todo forma parte de la lectura simbólica que da a los hechos, al trascenderlos, su plena realidad en tanto que  reflejo de la verdades espirituales, inmutables, que condicionan la existencia.

Realidad y ficción, los niños de Kerrgallo, y la trascendencia de la realidad convertida en símbolo, tres planos distintos para expresar una compleja realidad, que une los efectos a las causas. Se trata de eso, porque de eso se ha tratado siempre la historia de Los Niños de Kerrgallo relatada en este blog.

Por aquí, en esta serie de La Granja se desplegarán algunos capítulos de esta historia, unas veces novelada, pero todas ellas ancladas en la más cruda realidad.

El libro en sí mismo es parte de esa búsqueda del conocimiento liberador, de esa lucha interior. Es la vida.

Este es uno de esos capítulos:  “La visita de Satanás”


“Se presentaron en uno de esos 4 x 4 tan modernos, tan limpios e intimidadores. Ciertamente que al lado del destartalado Patrol del hombre de la granja, el carro lucía bonito.

El granjero había dejado pasar unos pocos días con la esperanza que los blancos  “africanizados” de la otra parte del río reconsideraran su postura  y se relajaran. De alguna manera estaba alerta ante alguna señal positiva  así como prevenido ante cualquier trampa tendente a complicar la situación. El Profesor había explicado en profundidad a sus amigos, tanto al jefe de policía como al sheifo de la comarca,  los detalles y los nombres de los implicados desvelando sus maniobras, pero no por ello el dueño de la casa dejó de ponerse en tensión saltando de la cama, al serle anunciado la llegada de unos blancos de manera inesperada.

“Lo siento, pero esto ya no es un hotel abierto al público- les espetó por todo saludo desde el quicio del portón de entrada -. Ahora es tan solo una plataforma solidaria de una Organización de Caridad que se ocupa del desarrollo de una comunidad de niños, deberán de buscar alojamiento en otro sitio...”

Había repetido esta cantinela infinidad de veces en los últimos meses y ya pasaba mucho de las caras de sorpresa y decepción de los turistas  que se veían en el  mal trance de  buscar un alojamiento decente por la zona. La desconfianza y el haberse visto sacado del primer sueño hizo de su aparición en la puerta de la finca, algo rudo y descortés. La verdad es que le importaba poco mientras arrancó un gesto de retirarse al mismo tiempo procedía a cerrar la puerta.

Al margen del chófer local, los dos hombres que descendieron del coche formaban  toda la comitiva. Y eran españoles, madrileños para más señas.

“No buscamos alojamiento- avanzó uno de los visitantes. Hemos venido para hablar con vd.. De niños precisamente. De solidaridad”.

 Fue entonces él  quien  se sorprendió ante las palabras del blanco, “Sean bienvenidos, pues” dijo con un cierto desconcierto y  en tono de excusa . “Acompáñenme, por favor” añadió tratando de ser amable

 El más alto de los blancos le recordó de inmediato  a Robert de Niro en aquella película que interpretaba a Satanás en misión de cobrarse el precio pactado por una alma vendida. Era  su apariencia: con una guayabera floreada donde abundaban los tonos rojos y negros , parecía sacado de un escenario tropical. Bueno,  de hecho estaban en uno de ellos, pero por aquí no se veían esos turistas tan puestos con un decorado de película más propio de Guatemala o de Bali, que de este pobre país africano. Unos pulcros y perfectamente planchados pantalones blancos de fina tela, y unas playeras azules hacían del caballero un pincel.  Sus 50 años bien llevados entre gimnasio y sesiones de rayos UVA, se  remataban en una testa varonil indefectiblemente latina, resaltada por una melena entrecana que ,  recogida en la nuca en una pequeña coleta , completaba un cuadro tan compuesto como patético: la expresión de un hombre entrado en su última fase de la vida que pugna desesperadamente por arrancarle a su frágil y perecedero envoltorio las últimas ficciones de una belleza y una juventud imposibles de retener eternamente. Fue eso y la uña del dedo meñique derecho dejada crecer en exceso lo que le trajo el recuerdo de aquella interpretación  del actor italo-americano. Había , no obstante, en el atrezzo del  cuadro algo que el hombre echaba en falta...

Aquella tarde, el hombre de la granja se  iba a quedar sin su siesta, eso estaba claro. Desconfiado y aún con el rostro chorreando algunas gotas de agua echadas apresuradamente  para atender a aquellos españoles que sus hijos anunciaron  que preguntaban por él, empezó a despejarse cuando al poco, y sobre la mesa del tresillo de la terraza les  colocaron unas tazas y una cafetera recién hecha.

Su porte elegante, físicamente elegante, sus maneras de cruzar las piernas y de emplear las manos según hablaba, le  dieron a entender que el caballero estaba acostumbrado a brillar en reunión  manejando con tablas  un estilo destinado a seducir a la audiencia.

“Representamos a un despacho de abogados de Madrid, dijo extendiendo su tarjeta de vista. Y  venimos en nombre de una Fundación de carácter humanitario, cliente nuestra, cuya intención es la desarrollar un proyecto en este país ...” Había cruzado las piernas con soltura, sobre las cuales reposaba con cierta gracia  femenina su brazo derecho, mientras mantenía relajada su mano izquierda en  el sofá.  La mezcla entre la virilidad de su cuerpo y sus suaves y dulces maneras, componían una batiburrillo andrógino que  reforzaba, más allá de las evocaciones de la película, el olor a azufre que desprendía su presencia. Ahora sí: era aquel bastón de empuñadura plateada con el que De Niro jugueteaba constantemente, lo que echaba de menos en  su porte principesco.

“Y en qué les puedo ayudar?”

“El asunto es que hemos tenido noticias de la labor que vdes hacen con unos niños huérfanos ...”

“No es correcto, no son huérfanos, - interceptó el hombre - tienen padres, alguno quizá no, pero tienen familias. A veces me he podido dirigir a alguien llamando a esa  la escuela “un orfanato virtual” en el sentido que los padres no aportan ayuda alguna a su sostenimiento. Pero no son huérfanos- dijo a la defensiva. Qué tienen ellos que ver con su asunto?”

El chofer había hecho acto de presencia en la terraza instalándose en la mesa del lado opuesto, no sin antes , al pié de la escalera observar la residencia hasta donde alcanzaban sus posibilidades.

“En realidad nada. Nosotros , nuestros clientes  quiero decir, lo que desean es desarrollar una institución que se ocupe de los niños sin padres, de los huérfanos y estamos explorando las posibilidades , pues entendemos, entienden nuestros clientes, que sería importante la par-ti-ci-pa-ción en la dirección de esa institución, y no solo en la dirección, ya me entiende,  sobre el terreno, de alguien involucrado en la acción asistencial. Es un proyecto de envergadura y con todo el soporte financiero que sea necesario...”

“¿Y por qué se dirigen a mí?” les dijo el hombre

“Pues porque tenemos información sobre su actividad, y sobre todo sobre su capacidad de gestión...y de liderazgo.” Le dijo en tono triunfal y sonriente, tratando obviamente  de seducirle. “ Creemos que vd tiene ..carisma y credibilidad. Queremos que nuestro proyecto tenga cara y ojos, que el aspecto humano esté presente desde el principio...no sé si me entiende.” Había expuesto las cuatro frases como un buen vendedor, en tono paulatinamente ascendente,  como un consumado jefe de ventas que se dirige a sus chicos tratando de infundir entusiasmo y seguridad.

El hombre se había tomado ya la primera taza para despejarse, pero aquello tuvo un efecto definitivo para desplegar todas las antenas . Niños huérfanos, proyecto de envergadura, soporte financiero, aspecto humano. Y un auténtico pincel delante suya que parecía haberse empapado todos los libritos de auto ayuda para dar un pego tan perfecto como inhumano.

De inmediato recordó el testimonio de una mujer viajera solidaria a Nepal, que deseaba desarrollar sus energías en aquella tierra y con aquellas gentes, cuando confesó que una persona local, un guía,  directamente le dijo “si quiere vd ganar dinero monte un orfanato”.

No se le daba fácil disimular, pero lo cierto es que el aire empresarial de aquella persona le trasladó a otros tiempos y otras situaciones, y encajó lo que acababa de oír  con cara amable, con una medio sonrisa y cabeceando suavemente en sentido afirmativo, mientras aquellos señores fijaban su atención en el efecto que habían  hecho las palabras iniciales que deberían acercarles aquel hombre tan lejano ya a ese mundo en donde todo giraba alrededor de las expresiones del ego y de sus manipulaciones,  para encelarse, para ofenderse, para combatirse, para venderse o para comprar.  A pesar de la empalagosa sensación de falsedad que le produjo, el hombre pensó que el tipo no lo había hecho nada mal. “Valiente hijo de puta”, pensó en definitiva. “A este lo dejaba yo en mitad del mercado de Barra para que se lo merendaran vivo ”.

Había ido directamente al grano, al proyecto, en donde los niños y su problemas reales, la situación en sí misma , no aparecían por ninguna parte. No parecía ser la realidad la que provocara la acción, sino que la misma trataba de proyectarse sobre la realidad para modificarla esencialmente.

“Es un tema interesante pero algo complicado” . Dijo, mientras la expresión perfectamente estudiada del rostro de De Niro, le invitaba a seguir hablando con un arqueo de cejas sugestivo, expectante. “Ciertamente que es muy loable destinar esfuerzos a proteger a los desamparados, pero ¿vdes han hecho un estudio de los huérfanos que existen en este país?” No acertaba el hombre a establecerse en una ambigüedad que le diera alas a los visitantes.

“No exactamente, pero por desgracia esta es una necesidad que va a ir a más, algo que el presente puede necesitar más o menos, pero que a buen seguro el futuro requerirá...” Fue taxativo y tranquilizador, seguro de controlar todas las variables. “Así es como sucede en todas partes – continuó -  , cada vez hay más niños pobrecitos que no tienen quien les cuide. Estamos seguros que será una gran obra de caridad, algo necesario..”

“Sin duda , sin duda” añadió mecánicamente para no romper el hilo.

El hombre escuchaba con perplejidad disimulada. Aquella alusión a los “pobrecitos niños” fue definitivo en boca de aquel ejecutivo de vacaciones. A esas personas les importaba un carajo los niños y sus madres. Estaban haciendo una análisis de mercado, o lo que intuía el hombre que era peor: una estrategia para  estimular un producto de mercado.

“Estoy de acuerdo en que en verdad el mundo camina hacia niveles más álgidos de maldad e injusticia..” añadió el anfitrión  pugnando aún entre  encontrar la manera de sintonizar con sus visitantes y aportar elementos éticos y de humanidad a una conversación en donde brillaban por su ausencia, a pesar del objeto de la misma.

“Eso es lo que nosotros pensamos, por supuesto, y se trata de podernos anticipar al futuro..”

“Pero a ver amigos, ustedes saben cuántos huérfanos al año se  producen en este país?” no había encontrado mejor manera de adentrarse en el tema y de camuflarse ante una conversación a la que no acababa de dar crédito,  que trasladarse al mismo terreno empresarial por donde parecían discurrir los intereses y el lenguaje de los visitantes. Era plantear un acuerdo tácito sobre el terreno a explorar... Estaba claro que las ñoñerías se dejarían para después: más allá de las bambalinas y de los cálculos empresariales, para la calle.

Aquella forma  de expresar la pregunta entusiasmó de manera contenida al abogado que llevaba la voz cantante, y le animó a cambiar el tono de sus palabras deslizándose hacia una atmósfera de complicidad. “Ahora nos vamos entendiendo” pensó el hombre de la granja que el otro pensaba.

“Esa es la cuestión, mirar las cosas con perspectiva, - dijo en tono convincente poniendo la luz a medio gas, con intimidad casi - encontrar un marco de solución por anticipado a un problema existente que a buen seguro, como en todas partes del mundo , se agudizará con el tiempo. Se trata de anticiparse...” coligió decidido,  cerrando una intervención que desprendía  seguridad, mientras , recostando la espalda en su asiento, cruzaba de nuevo las piernas , desafiante.

“De anticiparse a qué, amigo mío?” dijo el hombre  rematando la escena triunfante del actor llenándole de nuevo  la taza de café , en un acto forzadamente servil, desviando su mirada hacia el humeante, no sin antes acompañar la pregunta con una inocente sonrisa.

“Las chicas jóvenes..¡¡.” exclamó abriendo los brazos como si fuera en breve a levitar

“Perdón..¡?” dijo el hombre, recostado de nuevo en el sofá, como si hubiera perdido el hilo de algo que no alcanzaba a entender.

“Por desgracia en un país como éste – retomó en tono didáctico -  cada vez los comportamientos de los jóvenes son más liberales, y las necesidades económicas, claro está,  y sus consecuencias más abultadas...si me permite la expresión”.  el hombre ufano de su ocurrencia miró a su compañero de piedra buscando el aplauso tácito a una sutilidad que a gusto del anfitrión rallaba la grosería.

“Así es, así es” habló la piedra “ese es el problema: el necesario cambio de las costumbres¡¡”

En ese momento el hombre imaginó que antes de pasar a esta miserable parte del río, aquellos emprendedores habían disfrutado en la parte turística de los ofrecimientos que al blanco se le ponen al alcance de la entrepierna en cada tramo de carretera, en cada bar, en cada restaurante, allá donde la avidez de los miserables, provocada por la escasez y los destellos de unos habitantes del mundo de las lentejuelas, permite al extranjero saborear el gineceo de una raza que por tan diferente en apariencia aportaba un extra  al vértigo de la objetualización .

“Dice vd, “necesario”, señor...?” El anfitrión clavó la pregunta en los ojos de la piedra enfatizándola con una ligera incorporación del cuerpo hacia delante a medida que la formulaba, nientras buscaba la tarjeta de visita. 

"Luis, Luis Peñuela Ricci, para servirle, italiano por parte de madre, je je" balbuceó el socio.

El doble de De Niro, dirigió a su compañero una mirada fulminante que habría de sumirlo en un mutismo absoluto por el resto de la conversación, mientras entraba al quite de la mala floritura de la cuadrilla.

“I-ne-vi-ta-ble, por desgracia, no necesario  desde luego... - desgranó en tono reparador –i-ne-vi-ta-ble...”

“Of course, of course”, aceptó conciliador el hombre , entendiendo la inconveniencia de haberle, tan pronto,  enseñado la puntita al acompañante del enviado de Satanás.

En el otro extremo de la terraza hacía tiempo que el chofer local, ya desprendido de la camisa, dejando lucir una límpida camiseta interior blanca que resaltaba sobre el tono oscuro y brillante de su piel, había cambiado la silla por una butaca baja, y arrependejado sobre ella, con el trasero ya al extremo del asiento, la cabeza ligeramente dislocada a la derecha,  las piernas abiertas de par en par, y los brazos derramados a los lados, dormitaba ajeno al drama que una vez más los blancos tejían sobre las oportunidades que ofrecían las miserias de su maltrecha tierra.


continuará................../......................si Dios quiere.


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