lunes, 5 de abril de 2010

LOS NINOS DE KERRGALLO (LII). DE COPENHAGUE A BANJUL

Cuando tenga tiempo tal vez sea capaz de poner algunas ideas en orden y por escrito. Reflexiones en torno a la solidaridad, que tanto contacto con viajeros solidarios me permite  desde nuestra posición en este punto de la sabana...Reflexiones sobre ese impulso tan presente en tanto viajero por África y que tan diferentes formas de realización adopta.

Siempre con la intencion de expresar nuestro criterio con el ánimo de que ello pueda servir de algo a alguien.

Y andando en esos garabatos recibí la carta de un amigo, el escritor Rafael Cabanillas Saldaña, que contribuyó solidariamente con 25 ejemplares de su ultimo libro en apoyo del Dispensario de Buniadu.  Adjunto a ese correo me enviaba un par de artículos recientemente publicados en algun periódico espanol.

Habla de un voluntario en Gambia.


El resumen de mi reflexión, esa que aun debo concretar en palabras, no es otra que no hay mejor donación que se pueda hacer a los necesitados que la que uno hace de su persona y de su tiempo. De su conocimiento y de su amor.Y lo pernicioso que suele ser cuando se piensa en donar cosas pero no se tiene nada de tiempo para darse uno mismo...


Recuerdo a los misioneros de siempre, recuerdo a los curas de la Teología cristiana de la Liberación, recuerdo a Heike y a Henry, tengo en la memoria a nuestro querido profesor, Mr Yuma Nyai, recuerdo a Aitor y Chiara.....Todos ellos "factor humano", conocimiento, afecto, proximidad, y tal vez algo material, pero primero, ellos, su tiempo. Por poco que sea...


Uno de esos artículos de Don Rafael Cabanillas, pensé, era muy adecuado para contribuir a esa reflexion, y por ello trasladarlo a esta plataforma solidaria y foro de amigos de Gambia. Por ello le pedi permiso al autor para publicarlo. Favor y honor que nos ha concedido, y con mucho gusto os lo presento.

Gracias Rafael.





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DE COPENHAGUE A BANJUL
A Rafael, mi Escipión africano

Autor: Rafael Cabanillas Saldania 


 Hasta hace unos meses, nuestro hijo, que ha cumplido recientemente veinticinco años, vivía en Conpenhague, capital de Dinamarca. Ese país donde, según el estudio de la Universidad de Cambridge, habitan los ciudadanos más felices del mundo. Desplazándose siempre en sus bicicletas, patinando en sus lagos helados y regalándose tulipanes. Donde las noches eternas –con sus velitas y su jazz- se alargan en un invierno interminable y, en verano, los días tienen luz de aurora boreal. Trabajaba de Ingeniero en una empresa Informática en la que el primer día de trabajo le entregaron, por este orden, un ramo de flores, una bicicleta y un teléfono móvil. Para evitar los problemas de espalda, disponían de una masajista que les daba una hora de masaje siempre que luego la recuperaran. Los viernes, a la tarde, descendía la peatonal Stroget  que se une con el Nyhav, el canal de casas de colores donde viviera Hans Cristian Andersen, y se acercaba hasta la Ópera cruzando en un barco a la isla de Holmen. Esa isla, frente a la famosa Sirenita, que alberga el espectacular edificio dedicado al Bel Canto. Alguna noche se dio el placer de cenar en el Noma, el segundo mejor restaurante del mundo después del Bulli. Y, en ocasiones, se acercaba hasta la vecina Malmo, ya en Suecia, atravesando el mar por el puente de más de 8 km, cuyos pilares se hunden en el fondo marino en un alarde de ingenio y arquitectura diabólico e insultante.
Una mañana de domingo, cuando habían transcurrido apenas dos años de su estancia, se desplazó a la antigua casa de la escritora Karem Blixen, en el pequeño municipio de Rungsted. Donde la autora de Memorias de África tiene su propio museo y en cuyo hermoso jardín, debajo de un amarillento arce, reposan sus restos. Y decidió que era el momento de regresar a casa.
Cuando comunicó su decisión a la empresa, el jefe le dijo que se tomara un mes de descanso, pagado, para convencerle de que continuara. Vamos ¡Igualito que en la España del Sr. Díaz Ferrán!
No sé si tendría algo que ver con la visita a Karem Blixen – su Kenia, sus masais y sus kikuyus-, el caso es que en este preciso momento se encuentra en África. En un viaje de contraste extremo, del frío polar al calor sofocante; del paraíso del bienestar al infierno de mosquitos, pobreza y malaria. Se marchó unos meses como cooperante a Gambia, a enseñar informática a los profesores de un colegio. En un intento de combatir –humildemente- la brecha tecnológica. Una brecha más profunda que la tradicional producida por el analfabetismo. Un corte, un tajo, un abismo  que nos distancia todavía más y hace nuestro mundo –ordenadores, internet, wifi, google,…- absolutamente lejano e inaccesible. Aquí ya se sabe: A mayor progreso, mayor desigualdad. A mayores excesos de unos, mayores miserias de los otros…, los de ahí abajo, los de siempre.
Gambia recibe el nombre por el río que parte el país en dos – The Gambia River-, procedente de Guinea, del macizo del Futa Yallon, configurando un territorio muy bello y curioso. Son unos cuatrocientos kilómetros de largo, por unos ochenta de ancho, con el río en medio separando sus orillas: la Norte y la Sur. ¿Cuántos puentes –recordando el de Malmo- hay en el río Gambia para unir el país? ¡Ninguno! Si quieres cruzarlo tienes que ir a la gigantesca desembocadura y navegar en un ferri que te traslada a la otra margen. 
Igual que no hay escuela pública y sólo se escolarizan los chicos que pueden pagarlo. Por ello, un grupo de españoles construyeron un colegio (lo pueden ver en www.infogambia.com/Turismo%20Solidario/Turismo%20Solidario.htm) que atiende a unos quinientos chavales, muchos de ellos sacados del basurero de Banjul, la capital, donde vivían rebuscando comida entre los desperdicios. En esa página web se propone pagar la matrícula de uno de estos muchachos por 35 euros. Y cuando lo vi por primera vez pensé: ¡Qué matrícula más cara para África! Torpe de mí, pues no había reparado en que con la matrícula de 35 euros  entraba, además de la enseñanza, la comida de todo el año, la ropa, el calzado y la atención médica ¿Alguien se anima?
Pero permítanme que les cuente algunas anécdotas de ese contraste entre dos mundos, aunque para ello tenga que personalizarlo en mi propio hijo. Razón, por la cual, les pido disculpas. Dos mundos tan cercanos geográficamente y tan lejanos. Y reflexionar sobre cómo un ciudadano de occidente puede percibir un choque tan brutal viajando a las antípodas del tiempo y el espacio, la modernidad y la prehistoria, el cielo y el tártaro.
Habíamos intentado hablar por teléfono con él, pero nos dijeron que se había marchado de compras. Cosa que nos alegró, al saber que, al menos, podía proveerse de alimentos. Cuando conseguimos contactar, le solté: -¡Vaya suerte, eh! ¡De compras por ahí!- Y me dijo:- ¡Qué va! ¡Si vengo de comprar un saco de arroz de un poblado, a unos cuantos kilómetros!- A lo que añadí: -¡Pero un saco de arroz pesa mucho! ¿Te habrán dejado un coche?- ¿Y saben lo que contestó? -¡Nada de coche! ¡En un burro! ¡Un borriquillo de esos que vas arrastrando los pies por el suelo!- Y yo me imagino a mi hijo, Ingeniero Superior, premio Fin de Carrera, tirando del ramal de un burro por los manglares del río Gambia o entre los chozos de los fulas.
Después nos contó  que se iba a ver el partido de fútbol del Barça. Que el dueño de la “casita” donde vive de alquiler era el “rico del pueblo” y propietario de una tiendecita. Por lo visto, había ahorrado un dinero emigrando a América y, a su regreso, construyó varias casitas y montó la tienda. ¡Un potentado! Pero generoso, pues cuando se televisaba un buen partido, sacaba su pequeña televisión al campo de baobabs y mangos y allí se congregaba el poblado para ver el fútbol. Lo gracioso –prosigue mi hijo africano- es que como le he arreglado un viejo ordenador y le he enseñado a manejarlo, a mí me deja subir al salón de su casa, sentarme en el sofá y ver la tele yo sólo… aunque, lógicamente, prefiero el fondo sur y la grada.
Cuando puede, come en el colegio. Aguanta su turno en la fila para servirse de una perola su cazo de arroz u otro cereal, y a que le den un pez seco de los ahumaderos de Tanji. Así todos los días ¡Tan reiterativo como la carta del Noma….! Mientras  un carpintero le arma la cama encargada con un par de maderos y cuatro tablas, duerme en el suelo, en un colchón de paja. Alternando las clases de Informática –han sido capaces de juntar cinco ordenadores, aunque la luz eléctrica se va permanentemente-, ayuda en el dispensario médico a curar heridas a los niños. Algunas muy, muy feas. Y antes de colgar el teléfono nos relata que acababa de marcharse un sastre que había venido a su casa a tomarle medidas para hacerle un capisayo o camisola larga para el desfile del sábado ¿Cómo….? ¿Un desfile…? ¿Un sastre? ¡Pues, sí! El sábado 20 de marzo se celebra el día de la Independencia de Gambia y todos los chavales, junto a sus profesores, tienen que desfilar por las calles –me imagino que alguna de las asfaltadas- de Banjul. Uniformados, alegres  y marciales, gritando vivas al presidente Yahya Jammeh. Dice que se siente un poco ridículo, pero que no puede negarse. Yo, desde luego, la foto no me la pierdo.
Queridos lectores, en confianza. Ahora que están tan de moda y casi es obligatorio hacer un máster –si es carísimo y en Estados Unidos o en Singapur, ideal de la muerte- ¿Saben Ustedes de un máster mejor que éste de África? ¡Un buen máster, necesario e imprescindible, de humanidad, vida y esperanza!
 

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