martes, 28 de septiembre de 2010

LOS NIÑOS DE KERRGALLO ( XCVI). La tormenta

Durante los últimos minutos de la clase de español, el cielo se puso negro, la fuerza del viento fue aumentando poco a poco hasta convertirse en un vendaval. La clase había acabado. Parecía que simplemente sería el anuncio de una nueva tromba de agua., pero ha sido algo más. Ya hemos vivido eso en el pasado. Y es que a veces el viento antes de la tormenta adquiere unas magnitudes que superan los 100 kilómetros por hora.

La explanada se empezó a llenar de niños que la cruzaban en dirección unos, la mayoría corrían hacia  la escuela , otros al compaun del profesor. Ese siempre es el momento más peligroso, cuando estando a la intemperie cualquier objeto arrastrado por el viento puede causar un daño irreparable. O que un  árbol  te caiga encima.

Yuma corrió para ver si bajo la montaña de ramas y hojas que era la copa del árbol partido de un hachazo gigantesco, se encontraba algún niño. Tras él corrieron otros. Gracias a Dios, no había ninguno . Por un momento , a todos nos recorrió un escalofrío pensando que tras el ramaje pudiera encontrarse alguien.

Casi ayer inaugurábamos las escuela. Hoy el viento partió el árbol que hasta ahora les cobijaba bajo su sombra .

La explanada estaba siendo barrida por un viento endiablado y la lluvia  parecía salir escupida de mangueras laterales . El sonido del agua chocando contra el techo de la nueva escuela era ensordecedor.

Pero más allá del desastre  que contemplaba desde el porche de la escuela rodeados de un montón de chiquillos empapados  y tiritando que miraban atónitos a su alrededor, lo que yo veía era la fragilidad de la vida de esas personas, que hoy al menos, y al menos ellos, podían refugiarse bajo un edificio que era capaz de resistir la tempestad. Niños corriendo asustados bajo la lluvia en busca de refugio. Hasta ahora cualquier cosa a su alrededor a la que hubieran echado mano era un refugio incierto. La antigua escuela había sido partida por el viento, pero hoy disponían de una escuela en condiciones que les cobijaría durante años.

 Miraba las chabolas esperando ver salir volando los techos o derrumbarse las paredes. La casa del profesor, la casa de las cabras que ya cayó por un lado...cualquiera de esa construcciones podían ser arrasadas en cualquier momento.

Un estruendo seco nos hizo girar la vista hacia el nuevo edifico, la futura casa de los niños. La mitad del lienzo de pared de la parte frontal había sido abatido por el viento. Y mientras aún estábamos absortos contemplando incrédulos lo que ya no existía, otra parte del muro cayó. En total tres cuartos del muro frontal han desparecido.

Nos quedamos petrificados, anclados en la impotencia mientras esperaba cualquier otro desastre. Miraba el techo de la escuela, en  donde habíamos metidos a los niños en busca de un mejor refugio y me congratulaba de lo bien que se había anclado el techo. Aquello estaba seguro.

Acostumbrado a calcular, después de haber levantado tantos muros y tantos edificios, la cuenta fue rápida. Unos 15 metros longitudinales por  dos de alto suponían unos 375 bloques tumbados, por tanto unos nueve sacos de cemento en bloques, más 4 jornadas laborales para colocarlos más 7 sacos de cemento para lo mismo. Total la pérdida se cifra en unos 3200 dalasis en cemento y 500 en mano de obra.

Lo volveremos a hacer. Lo levantaremos de nuevo, acabaremos la casa y nunca más esas frágiles  chabolas , como hoy , se llenarán de agua, para que unos chavales, empapados, tengan que meterse a dormir en esas condiciones, tiritando como estaban.

Gracias a Dios no ha habido daños personales.

Estas serán las últimas lluvias devastadoras para los niños de Kerrgallo. Y no nos va a parar nadie ni nada. Lo prometo.  Con la ayuda de Dios.

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