miércoles, 3 de marzo de 2010

LOS NIÑOS DE KERRGALLO (XXXVII). La magia de una huerta

Ayer tuvimos el placer de volver a estar en el restaurante de la huerta con Rosalía, Ana y Aida, que nos trajeron semillas y remedios para luchar contra la mosca blanca que malogra los tomates y otra inyección de recursos para la escuela. Y pasta de dientes con sus cepillos, y toneladas de batidos de Mensajeros X Gambia y medicinas para Heike y la leche, en polvo para los niños. Demasiado, una vez más.

Creo que la semana pasada , habiendo ido a comer arroz solidario a la huerta, entre el grupo de enfermeras de Girona que sumaban con los guías y conmigo 11 personas, y los 25 que hacíamos con Makamaru, la familia de Marta, Gabi, Toñi y José Luis, hemos debido de dejar al restaurante un montante para comprar tres sacos de arroz, lo cual significa que con el producto de ese su trabajo en su restaurante , esa comunidad se ha costeado el arroz consumido en el mismo periodo. Autosuficiencia, en suma.

Pero son más cosas las que están pasando.


A medida que se suceden las jornadas compartidas con los visitantes en aquel rincón, éste va adquiriendo el papel central de un escenario en torno al cual pasan las cosas.

Se está convirtiendo en el epicentro de la vida de esta historia. Curiosamente es un lugar preñado de quietud , de paz, y el verdor que a su alrededor se va levantando le confiere, poco a poco, un halo mágico. Pero la magia viene de otra parte.

No todos los visitantes lo perciben, pero sí muchos de ellos. No me gusta esa palabra de “mágico”. En realidad se utiliza para reflejar, aun sin saber a que nos referimos,
la incidencia, mejor dicho la evidencia de que sobre algún aspecto o lugar de la realidad material se está solapando otras realidades que parecen no pertenecer a este plano. Es a ello a lo que las gentes llaman algo “mágico”. En definitiva algo de aparente o misteriosa explicación. Por el contrario es pura lógica, que no se comprende. Pura evidencia que no se ve. Puro efecto del que se desconocen sus causas

Pero ciertamente que ello es así en todos los aspectos de esta existencia, pues ella, su materialización no es , para mí, sino la manifestación de otra realidad, que da a esta “realidad” su papel de vehículo para comprender la que está aparentemente más allá, en definitiva “ésta” emerge en su única función de símbolo de la “otra”. Para comprender, conocer.

Unas veces percibimos lo que hay detrás, lo que provoca tal o cual manera física de existir algo, y otras veces no. Y en general las personas creen que este plano que se observa está ahí más o menos porque sí, sin mayor misterio.

Yo no creo que sea así. Y pasa que cuando la intensidad de las cosas que pertenecen al mundo del espíritu es grande y su recurso a ellas son el detonante de la acción sobre la realidad material, esa realidad, en este caso ese escenario, cobra un halo mágico que es perceptible con más intensidad. Entonces hay gentes que llaman a esos sitios “mágicos”. Es muy sencillo de entender, y si le llamáramos sitios vivos, podría comprenderse mejor.

De la misma manera que el hombre es un ser más propiamente humano en la medida que el espíritu lo habita, las realidades materiales se siente vivas en la medida que cumplen realmente su función de vehículo, de epifanía del único plano de realidad existente. Cuando eso sucede de manera intensa, el velo (la realidad material) se desvela a sí mismo y manifiesta su función de símbolo. Ese lugar , entonces, se percibe por los humanos como “mágico”. Nada más real por el contrario. Es más, la realidad sin el concurso de la vida es materia muerta sin sentido, precisamente porque no tiene sentido está muerta. Como el hombre, igualito. Y por ello el hombre de una sociedad desespiritualizada no comprende el origen de su desazón y su vacío. Piensa que sigue siendo humano, pero solo lo es en apariencia, no en realidad. Y siendo potencialmente un ser humano no se vive a gusto cuando lo que eres es un mutante de lo que pudo ser.

Puede entenderse fácilmente cuando una sociedad está deshumanizada, pero es más difícil bajar al escalón previo, al que te implica a ti, pues el diagnóstico es que el que está deshumanizado es el hombre. Como es adentro es afuera. Cuando el brillo del corazón, del hombre por tanto, sintoniza con las realidades primordiales, el exterior revive, y entonces el que no comprende llama a ese exterior algo “mágico”..

La huerta esa huerta cada vez es más mágica, está cobrando vida y la irradia, y bajo su sombra amable , mecida por la brisa del norte los ángeles revolotean entre los emparrados y las lechugas y bendicen la lección de amor de ese profesor entregado a los demás de por vida y a esos desheredados que no teniendo de nada tienen felicidad y fuerza.

Las plantas suben, las hojas de los calabacines se expanden como flores gigantes, y las gentes del pueblo acuden a sentarse a la sombra de lo que allá está sucediendo.

Sucedió hace meses, antes de la fiesta del Cordero. A través de sus hijos, el Alcalo y el Imam, habían usado parte del dinero de una subvención del estado para la realización de un proyecto de estabulación de reses para comprar corderos en Senegal y triplicar el precio, como todos los comerciantes de ganado, en las vísperas de la Fiesta Grande.
Yo no andaba sobrado y pensé que el hecho de que unos hermanos como los de Kerrgallo se hubieran metido en ese negocio, me ahorraría la pelea sin esperanza de bregar por un cordero en el mercado a un precio razonable. Pensé que ese año me ahorraba el esfuerzo de arañar algo parecido a un precio normal. Cuando acudí al redil de la aldea para comprar un cordero , volví una vez más a comprender que en cuestiones de dinero aquí no se conoce ni a su padre ni a su madre y que a la vista de una yugular no hay quien se resista a no tajarla de parte a parte, si se pone a tiro. Cuando el hijo del Imám soltó el “primer precio” como dicen, mientras el hijo del Alcalo se quitaba de en medio con un “yo no tengo nada que ver”comprendí ante quienes estaba y me levanté jurando en arameo mientras a mis espaldas oía a los gritos que volviera y les diera “mi precio”.
“A tu puta madre se lo voy a dar “hermano” si hasta contigo he de fajarme para evitar que me estafes, pedazo de cabrón.”

Esa semana dejé de llevar el arroz y el pesacdo a la casa del Imam y comencé a llevarlo directamente a la Madrasa.

La aldea de Kerrgallo, a partir de ese día, se tragó a sí misma. Pareció que cada día que llegaba y cruzaba la aldea para dirigirme a la explana de los chavales con el hatillo, los quicios de sus puertas se habían tragado a sus moradores. Ya no se levantaban las manos jubilosas, por doquier. Tan solo los niños eran ajenos a lo que estaba pasando.

No se acostumbra por estos pagos a tanta espontaneidad y evidencia. Sobrevivir requiere de mucha pomada y tragaderas. Hoy por ti mañana por mí.

Íbamos a ver hasta donde llegaba el pulso.

La brisa había barrido a los rincones la hojarasca y tan solo ocupaba el escenario aquella explanada habitada por un hombre y sus mujeres y una tropa de chiquillos y muchachos que hacían del amor, la solidaridad y la fuerza por vivir el único lenguaje de su partitura. Una isla en medio de tanta purulencia.

Allí se mantenían vivas las brasas de una esperanza, esperando que los vientos cambiaran y avivaran lenguas de fuego.

Aparecieron los primeros sacos de cemento para empezar a hacer los bloques de la escuela. Y tímidamente se acercaron los que ven la vida como una víspera eterna de la Fiesta del Cordero para ver que había que ganar en el asunto.
“Aquí se viene a echar una mano, que la caridad no es cosa de blancos ni ricos, sino también de pobres y de negros. Que el que pueda dar una hora de trabajo por esto niños que la dé, el que pueda hacer el te, que lo haga, el que pueda traer una carga de arena que se ponga a la faena, que aquí no sobra el dinero y lo que falta es aprender de la lección de generosidad de este profesor y dotar a estos chavales de algo mejor que un manto de miseria”. Desaparecieron.

¿por qué cuento estas cosas duras? Para que se entienda nuestra manera de hacer las cosas: no sirve de nada solventar las carencias exteriores si no se intenta transformar las interiores, aquellas que provocan o al menos sentencian la perduración de las exteriores.

Realidad y símbolo. Verticalidad y horizontalidad. Sentido y acción.

Y se puede, se puede.

Al calor del ejemplo de solidaridad que acudía en socorro de estos chicos, y el viento que soplaba sobre las brasas, la tibieza fue haciéndose resplandor, brillando por sí mismo. La magia, comenzaba a hacerse evidente. Los muros de la escuela emergían sobre la desolada explanada y en la huerta subían los verdores. Y los extranjeros solidarios acudían con más o menos pasmo a tomar arroz bajo aquel sombrajo.

A la sombra de aquellas hojas de palma en torno a aquella mesa irregular se iba cociendo otro arroz casi imperceptiblemente, como un buen caldo de pollo.

Tan solo había que machacar el mismo clavo, una vez tras otra, una vez tras otra...el resto habría de hacerlo la fuerza intrínseca a las cosas.

La educación y el respeto de esa comunidad de bien educados piojosillos, nos dejaba rodeados de paz en el medio del silencio de esa huerta mientras disfrutábamos del arroz maravilloso de aquella familia. Como por encanto, a los pocos minutos de acabarlo, empezaban a surgir calladamente los muchachos, algunos de ellos, y el profesor como una sombra que mantenía en un orden casi imperceptible el sutil despliegue de hospitalidad , para abrir con la preparación del te, el momento dulce y sin agobios de un encuentro entre los dos mundos que estaban estrechándose, ellos y nosotros, poco a poco. Acercamiento sin alharacas, como las plumas elevadas por el viento que se posan suavemente para no despertar la tierra adormecida, como una caricia. Expresando los ojos de los chicos a una prudente distancia, un puente que como una flecha lanzada a cuyo posterior extremo lleva atada un cordel, nos sirve para reptar por él, desde cada extremo , poquito a poco.

El trabajo en común, la solidaridad compartida iba dando paso a otra cosa, a otra conexión, a la que podía acercar dos mundo aparentemente abismados por una frontera infranqueable de desencuentros. No es un caramelo que damos como en un polvo mal echado, a las prisas, lo que nos acerca a ellos y nos puede hacer romper la barrera, es otra cosa.

Todo se cuajaba bajo aquel sombrajo. No había yo previsto que El Color de la Papaya, ese restaurante de arroz africano y solidario, hubiera de servir para aquella hazaña.

Había pensado en los dineros que iban a ganar, en la dignidad del trabajo recompensado, en la autoestima...no había pensado en aquello que superaba con creces los objetivos iniciales. ¿Sorpresa? Tal vez, pero solo era mi ignorancia.¿Cómo puedo yo extrañarme de que después de poner una semilla en la tierra “para que crezca una planta”, después y antes del fruto se cuaje de flores? No me extraño porque conocemos como funcionan las plantas. Pero desconocemos cómo funcionan otros procesos, pero nada sucede por azar.

Ese restaurante no solo nos acercaría, no solo acercaría a los visitantes, a algunos de ellos que su corazón no vestía el burka, a esas personas...De las casas con sus retraídas puertas habrían de surgir poco a poco sus moradores y habría , poco a poco, de convertirse esa huerta en el punto de encuentro entre los extranjeros y las gentes de la aldea, que poco a poco empezaron a acudir al momento de te sentándose alrededor nuestro, con una prudente cercanía.

Cada vez más claro que allá de dinero, nada, o que al menos lo importante no era el interés personal sino otras cosas. Una tras otra, sin dejar de martillear el mismo clavo con la esperanza puesta en que las cosas pudieran cambiar.

Que poco a poco se percibiera esa “magia” y esa paz, tan solo era un síntoma de que no solo era posible, sino que empezaba a hacerse realidad una presencia nueva, no marcada por el interés, sino por el embrujo de las cosas que allí estaban sucediendo.

El proceso parecía haber ido madurando y la dura corteza humedeciéndose. Las tertulias tras el arroz iban ampliando su espectro. Gentes de la aldea, pro-hombres, jóvenes que callan en presencia de los mayores pero que no pierden comba a lo quien se dice, aderezado con teterillas de té a la menta que se encargan los muchachos de hacer circular.

El centro de gravedad de la aldea estaba oscilando. Del mango a cuya sombra generosa , frente a la casa del Alcalo, se había recibido a Nakupenda tan solo cuatro meses atrás, símbolo del poder establecido en la jerarquía de las castas y el dinero, trashumaba a la sobra de una huerta hecha por y con amor, donde no asomaba el interés, y en donde los más miserables eran los anfitriones , los más desarrapados reunidos entorno a un hombre , el profesor, que solo blandía el inexistente báculo del conocimiento y la generosidad. Revestido de una humildad que le hacía levemente tartamudear cuando te hablaba. La luz brillaba por sí misma y las sombras se tragaban a sí mismas.

Pero lo más importante es que la alquimia del amor estaba haciendo estragos,
estaba funcionando.

Para los miembros de la aldea que en los últimos meses habían mantenido un prudente silencio y una discreta distancia, trasladarse al terreno en torno al cual estaban sucediendo las cosas, no era fácil. Implicaba desprenderse de muchas cosas, de su autoridad y de su infundida dignidad, de castas y posiciones de poder. Migraban.

Estábamos crujiendo las cosas. Pero bien, sin violencia, una revolución suave, casi imperceptible. Estábamos , sin preocuparnos de nada más, aventando las brasas que merecían mantenerse vivas. Contra más vivas estuvieran esas brasas, más apabullante sería el sumidero por el que se precipitaban las sombras.

Llegó MAKAMARU. Al profesor, y tan solo a él, se le había advertido de su importante presencia, de la generosidad del arroz que querían donar para los chavales, que de la misma manera que aquel desembarco de Nakupenda habría después de ligar su corazón a nuestro destino, tal vez aquellas buenas gentes que se aprestaban a desembarcar con una furgoneta pudiera en el futuro ampliar esta familia tan especial que en torno a ellos estaba creciendo. Mr Yuma Njai, es un hombre con una extraordinaria capacidad para captar la esencia de las cosas.

Debió de ser él, quien ante mi “olvido” de no protocolarizar con las fuerzas vivas de la aldea, semejante acontecimiento, quien optara por cumplir con la cosa de hacer partícipe del asunto a esas fuerzas vivas. Las cuales hubieron de trasladarse hasta la huerta, al momento de la sobremesa, para recibir a los presentes y hacerse presentes ellos mismos.

Quizá no se entienda el alcance de estos hechos, en unas culturas que todavía conservan vivo una gran capacidad de leer los símbolos y simbolizar con hechos otras realidades.

El paso de venir a recibir a la huerta del profesor , a la delegación de Makamaru, era de una trascendencia muy grande. Y tras los mensajes emitidos en los últimos meses, no podían estar provocados por el interés , legítimo por otra parte, de que las bendiciones que esa comunidad de chicos estaba recibiendo, pudiera ser extensible a otros, pero menos necesitados.

La ocasión de los discursos sutiles la pintaban calva, para expresar sin ambages la lección que todos deberían de aprender. Unos la habíamos aprendido
antes , otros lo estaban haciendo de a poquito, moviendo imperceptiblemente sus posiciones y otros presentes no podrían entender nunca nada, hasta que no se quitaran el velo que cubría sus corazones , que no su cabeza.

“nadie puede esperar recibir si no está dispuesto a dar. Y nadie puede esperar que le echen una mano si no está dispuesto, antes que nada, a moverse para luchar por sí mismo.
Os contaré una historia: durante tres años estuve explicando a los trabajadores de la Granja, cómo podían construir algo similar al sombreado de plástico que hacía progresar mis verduras. Pero sin coste, con materiales locales, palos y hojas de palma ¿Queréis saber cuantos lo intentaron, estando como estaban interesados en hacer progresar su hogares? Ninguno. Bastó 15 minutos para explicar a estos chicos que el arroz no caería siempre del cielo y había que empezar a moverse , y explicarles el sentido de la reducción de la radiación solar, para que en varias semanas tuvieran cubiertos 250 m2 .
El profesor no ha pedido nunca nada, por el contrario no ha dejado de darlo todo desde hace muchos años. Tan solo es por esa disposición a la lucha y esa generosidad, que están concitando la admiración, el afecto y la ayuda que reciben. Son ellos quien lo ha provocado, y es el mundo quien conspira por ellos.

Yo he aprendido de este hombre la lección del amor y de estos chavales la lección de la entrega y la lucha. Esto que estamos viviendo es el fruto de esa semilla.

La aldea de Kerrgallo tiene una gran suerte de poder aprender de este profesor y de estos chicos, el único camino que nos devuelve la esperanza, es la lección del amor y de la fuerza. De la generosidad , la renuncia y la firmeza. Y la paciencia”

Palabritas, palabritas, que se convierten en puñetazos cuando son la expresión de la realidad. Cuando sirven de puente para entender el simbolismo de las cosas que desvelan la ligazón de las causas y los efectos.

Por eso y muchas cosas más , esa huerta tiene “magia”. Esa magia que no es otra cosa que vida, y esa vida que no es otra cosa que la interacción del plano el espíritu sobre el de la realidad material, que la convierte en lo único para lo que ha sido creada: para explicar como un libro abierto el funcionamiento cabal de la única Realidad.

Digamos que se percibe la magia cuando los dos planos se sintonizan, cuando la existencia se acopla a la esencia, de la que emana.

Creo que cuando tengamos algo de tiempo empezaremos a plantar en esa huerta, flores. Para que la huerta devenga en jardín y entonces nos ayude a entender aún más cosas. La culminación. Entenderemos que significa El Jardín.

Comprenderemos lo que significa el paso de la Huerta al Jardín. De este mundo , al otro. Pero ésa es otra historia...

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